TikTok lleva semanas acaparando titulares, trascendiendo desde el nicho tecnológico hasta otros medios de alcance más transversal, siendo de interés tanto para las columnas de actualidad internacional, como también para las de economía.

La aplicación de origen chino, ampliamente utilizada en públicos adolescentes y adultos jóvenes, no ha hecho noticia precisamente por alguno de sus tantos videos cortos, de tan característico formato, o por el lanzamiento de alguna revolucionaria nueva función dentro de esta red social.

Desde junio, mes en el que un acto de campaña de Donald Trump fue objeto de un boicot coordinado mediante esta plataforma, el mandatario estadounidense comenzó a manifestar con frecuencia en sus discursos el interés por censurar la aplicación en su país, acusando sospechas de un eventual uso de la misma por parte de servicios de inteligencia de China.

De ahí todo se volvió un drama digno de una teleserie. A partir de aquel momento, se especuló constantemente en torno a la eventual salida de TikTok desde las tiendas de aplicaciones móviles. Posteriormente, como una alternativa propuesta por el mismo Trump, comenzó una carrera entre empresas estadounidenses por comprar ByteDance, la empresa matriz de la app, para mantenerla en funcionamiento. Entre los interesados figuraron Microsoft, Oracle, Walmart y Twitter, hasta que China le puso freno a este movimiento, dictando una ley que terminó obstaculizando su venta.

Este turbulento escenario ha permanecido en el radar de la prensa por meses, exacerbando el legítimo revuelo por sus implicancias no sólo comerciales, sino que también a nivel comunicacional, pues se estima que son cerca de 100 millones los usuarios los que alberga esta red social en territorio estadounidense.

Defender las libertades que Internet nos brinda, sobre todo a través de la prensa, demanda cierto nivel de consecuencia que, al menos bajo mi observación, sólo contados medios de comunicación han enfatizado.

En pocas ocasiones he visto el mismo énfasis que se le ha dado a esta noticia, pero aplicado a casos similares como la censura de la que en China son objeto servicios como Youtube, Google y todos sus servicios asociados, Facebook, Twitter, Instagram, Whatsapp, Twitch, Netflix, PlayStation y un largo etcétera.

La “aldea global” definida por McLuhan, que a menudo se compara con la naturaleza de Internet, no completa su metáfora a cabalidad. Más bien, en la web existe una aldea semiglobal, más otra china.