Por Amor Al Arte

La rebeldía creativa ha resistido el paradigma mercantilista del arte como objeto de consumo.

Por: Génesis Salazar Muñoz

El quehacer artístico se manifiesta en la historia como un lenguaje capaz de crear nuevos mundos. Desde la pintura rupestre data su función mágica y a la vez clave en la construcción de la realidad social. «La cultura no es un lujo, es una necesidad” señala el poeta y ensayista cubano, Miguel Barnet. Entonces, si son las expresiones artísticas las que urden el tejido cultural de las sociedades, ¿es posible imaginar un mundo sin arte? 

La puesta en valor de la labor del artista es una deuda no saldada en Chile, que históricamente posa el discurso sobre la praxis. La desprotección social y económica de los trabajadores de las artes, las culturas y el patrimonio, es una llaga abierta que no cesa de sangrar, que pulsa viva. Es la herida de un país amnésico, que niega las manifestaciones artísticas como una necesidad para articular una sociedad más reflexiva, con mayor pensamiento crítico y a su vez más libre.

La última Encuesta Nacional de Empleo elaborada por el INE, expone que el trabajo en el sector cultural cayó un 48,9% en el segundo trimestre de 2020. La crisis sanitaria ha potenciado la sensación de abandono de los trabajadores del área artística, quienes figuran marginales ante un gobierno que no inyecta recursos en el área, sino que los sustrae mediante el recorte de presupuesto para el desarrollo de proyectos artísticos, culturales y patrimoniales.

«Para no morir de hambre en el arte» fue una intervención desarrollada en 1979 por el Colectivo de Acciones de Arte (CADA). Registro: Biblioteca Nacional Digital de Chile.

Por amor al arte es el eufemismo que barre bajo la alfombra la marginalidad de la labor artística. La pasión creativa alimenta el espíritu, pero, ¿cómo se puede crear cuando el cuerpo físico perece de hambre? 

Rubén Darío advirtió hace más de un siglo: “Pieza de música por pedazo de pan. Nada de jerigonzas, ni de ideales”. Existe una resistencia a destinar recursos en el arte, a invertir en él, a pagar por el trabajo del artista, pues intrínsecamente la noción de gratuidad que se liga al consumo de manifestaciones artísticas evidencia el nulo valor que se le da a su rol. 

Cuando Lemebel escribió: “Este país perejil comparte subyugado la mueca risueña de su calavera cultural” visionó la atemporalidad del yugo. ¿Será posible habitar un Chile en el que la remuneración del trabajo del artista sea un hecho y no una utopía? o es que acaso los saberes y conocimientos de los creativos seguirán depreciados, relegados al vanaglorio burgués y al desconocimiento popular. Hoy más que nunca invertir en el arte es apostar por la transformación del individuo y del tejido social. 

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