Terapia hortícola: recuperar el sentido de comunidad y trabajar la salud mental

Luego de sufrir un extenso periodo de confinamiento, atreverse a conocer este tipo de medicina puede resultar más beneficioso de lo que se cree.

Hace un par de meses, visitar parques nacionales o caminar libremente por espacios verdes era solo un triste deseo. Quienes pasaron gran parte de la cuarentena en reducidas viviendas fueron los que más sintieron la pérdida de conexión con la naturaleza, y es que esta relación tiene una lógica terapéutica. Aquel placer que nace al estar en contacto con un bosque puede ser explicado con un hecho curioso del antiguo Egipto.

Durante ese tiempo, era una práctica común de los médicos prescribir paseos por los jardines a pacientes con enfermedades mentales. Más de mil años después, a principios de la edad contemporánea, la explicación de este vínculo se fortalece con un estudio del doctor Benjamin Rush, quien detectó una mejora en individuos con trastornos psicológicos que trabajaban en la tierra, a diferencia de quienes no. De hecho, posterior a la segunda guerra mundial, el trabajo en horticultura era parte de la rehabilitación en los hospitales. A día de hoy, este tipo de tratamiento responde al nombre de terapia hortícola.

En un sistema deseoso de soluciones instantáneas, este tipo de medicina es, para algunos, solo un agradable pasatiempo, pero para otros, en cambio, es un hábitat curativo. Al igual que ciertos métodos medicinales, la horticultura goza de variados lineamientos para cumplir su objetivo: generar un estado de bienestar integral. Es necesario, entonces, que tal trabajo sea guiado por entendidos en procesos de rehabilitación, como médicos, psicólogos o terapeutas ocupacionales.

En Concepción, a metros de uno de los grandes puntos estresantes de la ciudad, un grupo de profesionales defiende, desde la vocación y autogestión, estos espacios de sanación. Ubicada a los alrededores del Servicio de Psiquiatría del Hospital Regional se encuentra Rebrota, una huerta comunitaria y ONG que busca recuperar las zonas verdes y potenciar la terapia hortícola entre los pacientes de la unidad psiquiátrica y la comunidad.

Fue una invitación entre amigos la que permitió levantar esta idea. Era 2016 y Óscar Quiroz, terapeuta ocupacional, invita a Pablo Neira, ingeniero, a que lo ayude a construir un jardín para los pacientes del COSAM en el que trabajaba. Luego fue obra del destino -y mucho esfuerzo- para que lograran mostrar sus conocimientos a la unidad de psiquiatría, y a la comunidad en general. Desde ese entonces han pasado cinco años, los que han estado cargados de creatividad, voluntad, educación medioambiental y rehabilitación espiritual.

Cultivar la salud

En tiempos de clases presenciales universitarias, David Mascaró, estudiante, aceptaba con desgano las ventanas entre cada ramo, ya que la falta de tiempo le impedía volver a su casa en Lota. Impulsado por las ganas de disponer de mejor manera sus tardes, acompañó a una amiga a conocer esta huerta comunitaria. “Sabía que en Boca Sur había una, pero nunca pasé. Fue muy cálido y cómodo el ambiente. Siempre he dicho que no me doy con las plantas ni con nada que requiera mucho cuidado, así que fue una nueva experiencia. Recuerdo que la gente estaba muy concentrada, como si el lugar inspirase respeto, y tiene sentido, porque tú llegas y ves todo ese trabajo”, comenta.

Registro de una actividad con pacientes del centro psiquiátrico. Fotografía: Facebook de Rebrota.

Algo similar vivió Diego Sáez, periodista, tras visitar este espacio cuando atravesaba un periodo de alto estrés. “Estaba con problemas de concentración y mucha confusión mental. Haberme conectado con la naturaleza en un lugar que está en la misma ciudad, pero aislado, me cambió mi energía: ya no me sentía tan estresado y tenía un mejor estado de ánimo para enfrentar mis días. Fue un encuentro muy positivo, sentí satisfacción y trabajé la paciencia, porque no es solo plantar, es comprometerte con el proceso, y con los resultados”, expresa.

En Chillán, las suaves y pausadas palabras de Elena Vásquez (66) conmueven a cualquiera que preste atención al vínculo que mantiene con la horticultura. “Desde niña, en el campo de mis papás, me eduqué sobre la tierra. Aprendí que la relación con las plantas se basa en el cuidado y respeto, que es lo que se debería aplicar en todas las relaciones humanas. Es una conexión hermosa, sin juicios ni posesiones. Con mi exmarido, antes que muriera, disfrutamos por años esta actividad, era como nuestro escape en donde no era necesario hablar, porque no hay nada que decir cuando ves que estás regando vida, solo debes observar y asesorar en la memoria”.

Poco le interesan los tecnicismos tras este tipo de práctica, cree que cualquier ocupación que entregue paz y felicidad a una persona puede ser considerado como terapéutico. “El sentido de las cosas se lo das tú. Si tú crees que algo te beneficia, qué importa lo que esté escrito en un estudio”, dice con seguridad.

Especialistas en medicina afirman que la jardinería es una actividad física saludable y de baja intensidad para los adultos mayores. Fotografía: Soil.cl.

Compuesto de vocaciones

La raíz de esta ONG brota desde la ilusión de unir la terapia ocupacional con la naturaleza. A través de los recuerdos de Pablo Neira, uno de sus fundadores, es posible comprender el espíritu de este proyecto. “Partimos con la intención de apoyar a la unidad ocupacional del centro de salud psiquiátrico. Nos dimos cuenta que la misma ley de salud mental establece que el bienestar de los pacientes no va tanto desde un sistema biomédico, sino comunitario. Ahí es cuando quisimos crear una huerta con el fin generar esa comunidad que necesitaba el servicio de psiquiatría, y para todos quienes se quieran sumar”, afirma.

Neira está en lo correcto al señalar que la salud mental no significa la ausencia de enfermedades, sino que es un estado de bienestar tanto físico, psíquico y social. En esa línea, habitar espacios en donde se respire tranquilidad, armonía y compañerismo logra activar estímulos sensoriales gratificantes para el desarrollo humano.

Como se explicó anteriormente, el proceso de sanación a través de la terapia hortícola adquiere mejores resultados cuando es guiado por profesionales en áreas de rehabilitación. El equipo de Rebrota, por ejemplo, está conformado por terapeutas ocupacionales, ingenieros y voluntarios.

Tal es el caso de Lizabeth Vega, terapeuta ocupacional, quien aporta desde sus conocimientos sobre terapia vibracional. “Creemos que la naturaleza sana nos ayuda a estar mejor con nuestro yo interior. Cada ser que habita en esta tierra tiene una energía, algo que compartir. Cuando buscas una hierba medicinal, esta planta, además de tener compuestos sanadores, también tiene una vibración interna, la que te ayudará a sanar”, explica.

La terapia vibracional puede incluir flores de Bach. Fotografía: Vix.com.

Para esta profesional, las enfermedades tienen una razón emocional. Es por eso que Rebrota apunta a cambiar y mejorar la visión de la salud. “Cuando nos enfermamos es porque vivimos un desequilibrio y podemos recuperarlo a través de la naturaleza. Es una relación simbiótica: ayudamos a la planta y ella a nosotros. Los pacientes con patologías mentales son personas que se han abandonado a sí mismas. Esta clase de terapia invita a que ellos se conecten con aquella semilla que porta vida, la que luego va a rebrotar y permitirá que miren la existencia de una manera más simple”, concluye.

Uno de los motores de este refugio es la meta de cambiar la perspectiva bajo la que se trabaja con pacientes. “Me impulsa el hecho de aportar al desarrollo de una salud mental comunitaria, que se pueda eliminar un poco el estigma y derribar mitos en torno a esta. Como personas naturales tenemos todas las herramientas para poder ayudarnos y fortalecernos, especialmente de manera colectiva. Creemos en la libertad del pensamiento y del espíritu, y en la diversidad psicosocial, que son los valores de base para seguir operando”, expresa Óscar Quiroz, terapeuta ocupacional y fundador de esta ONG.

Sentido de comunidad

Fueron largos y angustiantes meses a la espera de una vacuna, y pese a que la pandemia todavía no acaba, estar en fase de apertura en la ciudad penquista permite saborear -en cierto grado- la abandonada vida social. Los humanos tienen esa necesidad intrínseca de conectar con el otro, de manera física y emocional. En esta ecuación quedan fuera las redes sociales, pues como plantea Ximena Duque, autora del libro “Transforma el miedo en amor”, detrás de una pantalla no se puede liberar la misma cantidad de dopamina y oxitocina como en un encuentro corporal o tangible.

Para los terapeutas hortícolas, la importancia del trabajo activo en jardines comunitarios deviene de la comprensión del ser humano como parte de lo natural, cuya vinculación con otro ser vivo brinda estímulos sensoriales exquisitos para el crecimiento integral de la persona. Al ser una experiencia creativa, los participantes exploran sus habilidades sin miedo a ser reprobado, juzgado o discriminado. En ese momento solo existe el respeto entre la vida que crece en la tierra y quienes trabajan por embellecer el proceso.

Antes que reducir la vista al aburrido concreto de la ciudad o a las largas filas de los patios de comida, acercarse a estos sencillos ambientes puede ser la mejor opción para tranquilizar la mente.

Todos los viernes esta huerta abre sus puertas a la comunidad. Fotografía: Facebook de Rebrota.
Nicole Reyes Cares
Estudiante de último año de periodismo UdeC.
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