Obesidad y discriminación por peso: ¿cuál es el verdadero problema?

Durante los últimos años las cifras de sobrepeso han aumentado en nuestro país. Según la Encuesta Nacional de Salud de 2017, en la última década se pasó de 64% a 74% de adultos en esta condición, y cada hora muere una persona obesa, situación que motivó la creación de la ley de etiquetado de alimentos, pero los números siguen aumentando.

Este año, la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE) informó que Chile es el segundo país con mayor población adiposa entre los países adscritos a la organización, superado solo por México y dejando a Estados Unidos en tercer lugar. Además, la nación ocupa el quinto puesto en obesidad infantil.

La actual pandemia por COVID-19 también tuvo repercusiones en el peso de los chilenos y chilenas. Las extendidas cuarentenas y restricciones de movilidad, junto con el cierre de gimnasios y parques por meses, influyeron en el sedentarismo de niños y adultos. Las críticas al Gobierno por las pocas facilidades para realizar actividad física fueron constantes, ya que si bien se estableció una franja deportiva, el horario de esta no era compatible con las jornadas de estudio o trabajo de todos.

Las iniciativas desde la institucionalidad para reducir el porcentaje de obesidad en la población han demostrado ser insuficientes. Si bien la ley de etiquetado de alimentos fue aplaudida y replicada a nivel mundial, no existen medidas que influyan en el trasfondo de esta problemática, que tiene múltiples factores.

Esfuerzos insuficientes

En el actual sistema de salud se contempla la prevención y promoción de la misma desde los Centros de Salud Familiar (CESFAM), siendo estos los más accesibles a la población y de mayor cercanía geográfica. Sin embargo, la cantidad de profesionales de la nutrición de estos servicios son de uno a cuatro dependiendo de la cantidad de habitantes del sector o comuna. La mayoría de estos funcionarios se encuentran bajo contrato a honorarios o trabajan media jornada.

La labor de las nutricionistas de los CESFAM incluye atender a los pacientes en visitas domiciliarias y en los colegios por la falta de espacio de los centros de salud. Fotografía por Universia.

Belén Vidal, nutricionista del CESFAM Camilo Zamorano de Maule, trabaja por el programa Elige Vida Sana, orientado a la promoción y prevención de enfermedades cardiovasculares, como diabetes e hipertensión. Para ella, el sistema de salud tiene múltiples falencias en cuanto a evitar condiciones relacionadas a la alimentación. Una de ellas es que: “Las consultas que se realizan son por máximo 30 minutos, en ese tiempo uno debe recolectar la mayor cantidad de información respecto a los hábitos alimenticios del paciente y sobre su estilo de vida y, además, realizar todas las recomendaciones de nutrición. El seguimiento es cada tres meses, lo cual no es óptimo ya que no se puede realizar un acompañamiento efectivo a la persona”.

Belén trabaja junto a nueve nutricionistas, quienes deben dividirse entre Centros Comunitarios de Salud Familiar (CECOSF), postas y sectores rurales. Solo en el CESFAM se encuentran inscritas alrededor de 30 000 personas, pero el trabajo cubre a toda la comuna. Debido a la falta de recursos, deben cubrir otras necesidades del CESFAM, por lo que su función no es exclusiva para los pacientes.  La mayoría de las atenciones que se brindan desde los programas establecidos por el Estado son para personas que ya cuentan con problemas de salud, quedando al debe en la prevención. Para las nutricionistas que trabajan en el sector público existen protocolos que se mantienen a nivel nacional, uno de ellos es que la efectividad del tratamiento y de la atención que otorgan se mide en base al peso y al Índice de Masa Corporal (IMC).

Estándares obsoletos

Consuelo Bravo, nutricionista del Hospital Regional del Biobío, señala que este índice es la actual forma de determinar si una persona se encuentra en condición de obesidad y que, a su juicio, es la raíz del problema: “Esta medición se creó en 1832, hace casi doscientos años. Fue creada por un hombre europeo basado en el tipo de cuerpos de su continente y cultura. Es un indicador que, claramente, se encuentra obsoleto, debido a que mide a todas las personas con la misma vara, sin considerar género, raza o masa muscular”. 

Consuelo explica que el establecer la disminución de peso y de IMC como meta en un plan nutricional es discriminador: “Desde la institucionalidad nos están diciendo que es importante que tu paciente pierda kilos, porque de lo contrario no estás haciendo bien tu trabajo, cuando miles de estudios indican lo contrario. El peso de un atleta o deportista es mayor debido a que los músculos pesan más, pero puede estar en perfecto estado de salud. Dwayne Johnson, actor y luchador profesional, pesa 118 kg y no le vamos a decir que está en un mal estado de salud solo por ese número, aunque según el IMC se encuentra con sobrepeso”. 

A esto, Consuelo agrega que: “El peso no es algo que se pueda decidir, se va acomodando de acuerdo a lo que el cuerpo necesite, influye la calidad de sueño, la genética, las hormonas, entre otros. No es algo que realmente refleja una buena salud ni que mida nuestro trabajo. Nos dicen, como nutricionistas, que si vemos a una persona de tamaño grande probablemente tiene problemas de salud, pero no es así. Múltiples estudios señalan que las enfermedades metabólicas se dan en cualquier talla de cuerpo, pero se insiste en mantener enfoques que ya están obsoletos”.

Los deportistas usualmente pesan más debido a que la masa muscular es más densa, siendo esta una de las principales causas del porqué el peso no debe ser un indicador de salud. Fotografía por Howard Scharz.

Las nutricionistas consultadas, egresadas en los últimos cuatro años, señalan que desde las universidades se sigue enseñando en base a teorías clásicas que no se han actualizado respecto a los descubrimientos de la última década. Si bien desde el sistema público se realizan capacitaciones a sus funcionarios, estas solo son obligatorias cuando consideran aspectos técnicos de la alimentación, por ejemplo, el cambio en ingredientes de algún suplemento alimenticio que se entregue desde los centros de salud, pero no existen instancias en las que se puedan aprender nuevos movimientos en esta área o sobre el trato a las personas.

Consuelo Bravo recuerda que, durante sus estudios de Nutrición y Dietética en la Universidad de Concepción, tuvo la opción de cursar asignaturas sobre Trastornos de Conductas Alimentarias (TCA) o que se acercan a otras saludables, pero: “Son ramos electivos, por lo que depende del interés del estudiante el querer aprender a dar un mejor trato que no sea peso-centrista a sus pacientes”. Además, señala que actualmente existen casas de estudios que imparten diplomados y programas de magíster con contenido más actualizado e integral, pero que el costo mínimo de estos es de $650 000, por lo que no siempre son accesibles para todos los profesionales: “Es triste porque los conocimientos están, los docentes preparados también, pero finalmente la educación es un negocio y si quieres aprender algo básico para otorgar un buen tratamiento debes estudiar y pagar más”, concluye Consuelo.

Mal diagnóstico

Actualmente existen distintos estudios que señalan la importancia de no apresurarse en el diagnóstico de un paciente y que descartan el peso como un indicador de buena o mala salud, sin embargo, este sigue siendo considerado al momento de acudir a una consulta médica. Jovita Díaz, de 79 años, sufre de artrosis y fue diagnosticada hace cinco años, pero recuerda que cuando iniciaron las molestias, en el CESFAM le señalaron que se debía a su peso: “La doctora me miró rápidamente y escribió, me preguntó qué me pasaba y si sabía cuánto estaba pesando. Ni siquiera me examinó y me entregó una receta en la que decía que debía bajar de peso y aumentar la actividad física, nada más, ningún examen”. Jovita debió volver a la consulta debido a la intensidad y frecuencia de sus dolores, después de meses se le dio su diagnóstico y correcto tratamiento, que no tiene relación con su peso. 

Joaquin Villagra, médico del Hospital Traumatológico de Concepción, señala que el indicar en una ficha clínica que el paciente es obeso es una práctica frecuente, que se valida desde los internados en el proceso formativo de las y los futuros médicos. Villagra indica que, en las etapas de diagnóstico, es muy probable que ante un dolor de espalda, rodillas o cadera se le indique a los pacientes que son de mayor tamaño que la causa es el sobrepeso y se les recomiende disminuirlo: “Es algo que se hace de forma inconsciente, lamentablemente el sistema público no cuenta ni con el tiempo ni los recursos suficientes como para examinar por completo a todos. Es común darles esa indicación y si la molestia persiste o se intensifica, se procede a realizar otro tipo de exámenes y prescripciones”.

Asumir que el peso es la causa de algún problema va más allá de lo público o lo privado y que trasciende de los funcionarios de salud. María Braun, de 56 años, acudió a urgencias del Sanatorio Alemán de Concepción en marzo de 2019 cuando, al regresar a casa desde su trabajo encontró a su pareja, Nelson Aravena, al borde de la inconsciencia. Debido al peso y tamaño de este debió solicitar ayuda a sus vecinos para subirlo al auto y trasladarlo al centro asistencial que se encontraba a 500 metros: “Al ingresar, me preguntaron si él tenía diabetes y les dije que sí, pero que él siempre controlaba sus niveles de insulina. Me dijeron que debía estar descompensado y se lo llevaron para inyectarle. Pasaron más de dos horas y no había mejoras y recién en ese momento se les ocurrió ver más allá”. La verdadera causa era una arteria rota a la altura del estómago. Cuando lo notaron, la pérdida de sangre ya era irreversible y Nelson falleció con tan solo 56 años.

Si bien el caso de Nelson es un ejemplo extremo y poco frecuente, es real y demuestra las fatales repercusiones que puede tener la discriminación por peso en el tratamiento y correcto diagnóstico. Según la Organización de las Naciones Unidas, cada minuto mueren cinco personas por errores médicos y es indeterminable qué porcentaje de estos fallece por este tipo de marginación ya que no es visto como un problema ni como una cifra de importancia.

Apreciación social

Un mal diagnóstico no es el único efecto que tiene el peso-centrismo. Una investigación desarrollada en la Universidad de Florida, en Estados Unidos, demostró que los comentarios y descalificativos realizados a la gente por su talla no motivan a disminuirla, sino que tienen el efecto contrario. La psicóloga Mariam Inzunza explica: “Este tipo de observaciones  incomodan a las personas, generándoles vergüenza, por lo que deciden restarse de actividades públicas que podrían generar un descenso en su peso, como por ejemplo, salir a trotar, ir a un gimnasio o participar de alguna clase”. El estudio The Health and Retirement Study fue publicado por Angelina Sutin y Antonio Terracciano en 2013, por lo que no se puede hablar de información reciente. 

La psicóloga agrega: “La estigmatización a las personas con sobrepeso u obesidad es una problemática que se ve desde etapas tempranas. Se categoriza a los niños y niñas desde pequeños, no solo en cuanto a temas de salud. A muchos pacientes con adiposidad les genera gran ansiedad, sobre todo en la etapa escolar, el día en que se les pesa y mide en las escuelas, pues es una carga con la que crecen y que posteriormente les genera problemas de trastornos alimenticios o rechazo a este tipo de mediciones”.

Inzunza remarca que: “Socialmente se nos enseñó que ser de una talla más grande no está bien o que no es sinónimo de belleza, por lo que se ha vuelto inevitable el categorizar a estas personas como poco sanas, pero es algo socialmente aprendido, por lo que puede cambiarse. Es por esto que es fundamental capacitar al personal de diferentes instituciones para lograr objetivar nuestra intervención y no trabajar desde los sesgos, ya que esto limita nuestra labor”.

Movimientos como The Body Positive reafirman que todo cuerpo es válido y debe ser aceptado, entendiendo que el tamaño de este no siempre tiene relación con la salud. Fotografía por Shutterstock.

Los nuevos movimientos sociales, como La Rebelión del Cuerpo o The Body Positive, han puesto en la palestra la importancia de aceptar la diversidad de tallas y de entender que una persona puede ser delgada y estar igual de enferma que una persona con sobrepeso y que esta condición no siempre es sinónimo de problemas de salud.

Kimberly Lachitt es una de las nutricionistas que trabaja realizando consultas privadas y señala que el enfoque en que ella cree no puede desarrollarse en el sistema público debido a los protocolos exigidos por estos: “Es lamentable no poder desarrollar la profesión desde un movimiento más integrativo debido a las exigencias del Ministerio de Salud. En nuestro país, las mayores cifras de obesidad se encuentran en los sectores de más vulnerabilidad económica y los programas de salud no están cumpliendo con el rol preventivo ni educativo”. 

Las nutricionistas Kimberly Lachitt y Consuelo Bravo orientan sus consultas privadas en el movimiento HAES, que plantea que existe salud en todas las tallas, por lo que las recomendaciones saludables deben ser para todos, sin discriminar por peso. Además, es un movimiento que va en contra de las dietas y a favor de aprender sobre alimentación saludable, el comer sin culpa y saber escuchar las señales de hambre o saciedad del cuerpo. Kimberly concluye que: “Es necesario establecer estrategias para generar una buena relación con la comida y así poder evitar los trastornos de conducta alimentaria. Si a nivel país se quiere erradicar tanto la obesidad como la anorexia, se debe apuntar a un enfoque integrativo, abarcando los aspectos sociales, económicos, psicológicos y fisiológicos de los TCA”.

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