Síndrome de Estocolmo: cuando la empatía nubla la violencia

Hace muy poco tiempo culminó la última temporada de la exitosa serie española, “La casa de papel”. En ella, se visibilizó a través del personaje de Mónica el poco conocido “síndrome de Estocolmo”, un trastorno que parece ser bastante común, pero que aún no es de renombre para la sociedad.

Por Deniss Monsalve y Sofía Sepúlveda

Este fenómeno no es una condición emergente, según cuenta la historia, su descubrimiento se remonta a 1973. En agosto de aquel año -en la capital de Suecia- se llevó a cabo un intento de robo en un banco de la ciudad, acontecimiento que tuvo la atención policial por varios días, dado que el asaltante, Jan-Erik Olsson, había escapado de la cárcel.

Como la acción fue frustrada por la policía, el delincuente decidió tomar de rehenes a algunos funcionarios para así lograr su objetivo de huir del país y, además, poder solicitar distintas cosas a cambio de no dañar a nadie. Entre sus peticiones, el delincuente exigió que le llevaran a un amigo que se encontraba cumpliendo condena, un auto de lujo y dinero.

Entre las personas que este hombre retuvo se encontraba Kristin Ehnmark, una joven sueca que en ese entonces tenía solo 22 años. Esta mujer se convertiría en la protagonista de la historia, ya que -tras pasar varios días encerrada en el lugar- comenzó a mostrar ciertas actitudes incongruentes con la situación que estaba viviendo.

Ehnmark solicitó -desde su cautiverio- conversar por teléfono con el primer ministro de Suecia, en aquel entonces, Olof Palme. Aquella llamada, que parecía ser una señal de auxilio terminó por ser una conversación en donde Kristin defendió a los delincuentes, solidarizó con ellos y, por si fuera poco, cuestionó el actuar del mismo secretario de Estado, agregando que estaba “muy decepcionada” de él. Tras ese diálogo, nadie se explicó por qué la joven secuestrada había reaccionado de tal manera, aunque esto no culminaría aquí. Luego de estar varios días más encerrados en aquel sitio, se realizó -en definitiva- la salida de los delincuentes y sus rehenes.

Kristin reconoció que le tomó 10 años hablar de la situación que vivió en 1973. Fotografía: 123RF.

La situación estuvo encabezada por la aparición de los antisociales y fue aquí donde la historia se tornó aún más incoherente. Los delincuentes se pararon en la puerta del banco, se tomaron el tiempo de despedirse de mano de uno de sus prisiones y besaron -muy familiarmente- a las mujeres que habían tenido retenidas, entre ellas, Kristin.

De ahí en adelante, muchos especialistas intentaron explicar el actuar de la joven, que distaba mucho de una persona que había pasado días aprisionada. Fue el psiquiatra y criminólogo, Nils Bejetor, quien dio a conocer y explicó la razón por la que Ehnmark actuó así.

Según un artículo de la revista científica Scielo, titulado “El síndrome de Estocolmo: una revisión sistemática”, esta condición puede definirse como un “término utilizado para describir una experiencia psicológica paradójica en la cual se desarrolla un vínculo afectivo entre los rehenes y sus captores”. A esta conceptualización se le suma la apreciación que entregó la psicóloga clínica, Valentina Ilabaca, quien precisó que estas actitudes se dan “por un tema de sobrevivencia”.

Sin embargo, desde la mirada de los profesionales, como Ilabaca y Camila Colzani, también psicóloga clínica, esta manera de actuar no debería determinarse como un síndrome. Tal como añadió Colzani, “este diagnóstico no está incluido en el Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales, pero se suele enlazar con la sintomatología de trastornos disociativos”.

Opinión similar entregó Valentina, quien aseveró que este tipo de comportamientos es más bien una externalización del estrés postraumático al que se enfrenta la víctima, en donde su mecanismo de defensa es entender, empatizar y hasta formar un vínculo con el secuestrador.

Acercándose a la cotidianeidad

Dentro del mismo documento de la revista científica se determinó que esta conducta no solo se podía desarrollar en individuos que fueron víctimas de secuestro, sino que también en mujeres que estuvieron en relaciones de pareja en donde eran maltratadas, sufrieron de abusos e, incluso, que pudieron ser afectadas por violaciones.

En esa misma línea, nos parece pertinente analizar estas situaciones de violencia en contra de las mujeres y realizar la debida relación con el síndrome de Estocolmo o, en definitiva, estrés postraumático.

Hay que considerar que en la actualidad, los hechos de violencia conyugal o en el pololeo son mucho más cotidianos que los secuestros. Según datos que entregó la Organización de las Naciones Unidas el 2020, el “35 % de las mujeres ha experimentado alguna vez violencia física o sexual por parte de una pareja íntima”.

Acerca de ello, pudimos conversar con Alejandra Morales, a quien llamaremos así dado que prefirió resguardar su identidad. La mujer declaró haber sido afectada por su expareja y confesó que en su pasada relación “hubo abuso de carácter físico. Muchas veces yo no quería tener relaciones y me sentía forzada a cumplirlo. En varias ocasiones accedí, pero era solo por cumplir”. Además, Morales reconoció haberse sentido gravemente presionada y manipulada, y se catalogó como “prisionera de la relación”.

Según datos del Instituto Nacional de la Juventud, el 5,3 % de las personas jóvenes cree que es aceptable o bastante aceptable presionar a la pareja a tener relaciones sexuales. Fotografía: Denis Oliveira.

En ese sentido, la psicóloga Camila Colzani precisó que “aunque la persona no esté secuestrada, hay veces en que no logra escapar de la situación que la aqueja, en estos casos, los lazos amorosos”. Es en estas situaciones de tensión cuando las conductas de las víctimas pueden comenzar a adaptarse, o bien, moldearse según se requiera.

Acerca de ello se refirió la psicóloga clínica, María Constanza Sepúlveda, quien añadió que “la violencia y el abuso son situaciones que generan altos niveles de estrés en la víctima y eso las lleva, automáticamente, a desarrollar este tipo de mecanismos de defensa”. Esta situación la vivió en carne y hueso Alejandra, que al ser sometida por su expareja comenzó a normalizar y a acatar los comportamientos de este. “Todo lo que hacía era para no tener dramas. Siempre intenté justificarlo y empatizar con él”, declaró la mujer.

Inseguridad y contradicciones que incrementan la impunidad

El popularmente conocido síndrome de Estocolmo, alcanza tal control sobre sus víctimas que imposibilita que logren salir de este círculo violento y se atrevan a denunciar a su agresor. Respecto a ello, Natalia Delgado, abogada y directora legal de la Fundación Antonia, explicó que las mujeres agredidas -que padecen este tipo de trastornos- suelen retractarse de sus acusaciones. “Muchas causas quedan archivadas porque las víctimas no ayudan a seguir con la investigación, dejando a la justicia con las manos atadas”, recalcó la abogada.

Delgado aseguró que este fenómeno es más común de lo que las personas creen y que es tanto su impacto que las afectadas no tienen otra respuesta más que empatizar con el victimario. “Como abogados solo podemos ayudar desde el punto de vista de los hechos, ya que en términos legales no hay mucho que hacer”, precisó la profesional. Pero, ¿cómo se explica este comportamiento? Todo parte desde los vínculos.

Cuando se establecen estas relaciones de pareja en donde predomina la violencia, se suele identificar a un agresor y un agredido. Dada esta situación, se lograron fijar ciertos patrones para cada actor de este vínculo conyugal. Por una parte, se identificó que aquellos individuos que ejercen la violencia suelen tener rasgos de personalidad narcisistas e incluso, de carácter psicopático. Acerca de ello, la psicóloga clínica Valentina Ilabaca, catalogó las actitudes de los agresores como “reiterativas» y agregó que “suelen hacer muchas promesas que no cumplen, además de ser personas inseguras y muchas veces celosas”.

Con respecto a la víctima, Ilabaca mencionó que el sentimiento de culpa es un factor común y predominante dentro de la personalidad de esta. Además, añadió que el hecho de que la afectada esté constantemente expuesta a situaciones de agresión, la lleva a experimentar una amnesia selectiva, en donde solo recuerda aquellas cosas buenas de la persona que la violenta. “Suelen seguir enamoradas, fantasean con un amor que es incoherente, por lo que se sienten perturbadas y viven en negación en cuanto a su abuso”, agregó Valentina.

Este tipo de personalidad conlleva a que las víctimas sientan debilidad, busquen excusas e intenten comprender el porqué de las conductas de su pareja, sintiendo que pueden cambiar las cosas negativas desde el amor. Para Ilabaca, es importante dar a entender que en estos casos “hay dos personas que están enfermas, que padecen una adicción muy similar a la de las drogas y que son adictos el uno hacia el otro”.

¿Cómo reconocer y tratar esta alteración?

Según explicaron las especialistas, la mayor parte de los casos de estrés postraumático se diagnostican a través del análisis del discurso. La psicóloga María Constanza Sepúlveda precisó que “si la mujer fue liberada de la situación conflictiva y aún decide mantener un vínculo con el agresor, simpatizar con él, ya se puede decir que está con lo que se conoce popularmente como síndrome de Estocolmo”.

Acerca de los métodos para combatir este fenómeno, el artículo titulado “Tratamientos psicoterapéuticos eficaces para mujeres golpeadas con trastorno de estrés postraumático”, señaló que las terapias son el primer mecanismo para tratar estas conductas complejas. En estas citas con la víctima se intenta hacer un trabajo introspectivo, en donde esta logre identificar a su agresor, reconocer sus comportamientos violentos y, finalmente, pueda evitar estos episodios en el futuro.

El SernamEG cuenta con un programa de atención, protección y reparación en violencia contra las mujeres. Fotografía: Pexels.

No obstante, una crítica importante a la identificación de este trastorno tiene que ver con el poco reconocimiento social que tiene, tanto el erróneamente denominado síndrome de Estocolmo, como el estrés postraumático. Actualmente, el vacío sobre estos temas es amplio, por lo que la normalización de conductas o sentimientos en las víctimas de agresión es una constante.

Colzani fue enfática respecto a esta ignorancia existente y aseveró que “hay que entender que esto es algo súper real y que debiese ser exteriorizado”. La importancia de visibilizar este tipo de actitudes permite prevenir que las relaciones tóxicas terminen en hechos lamentables como la muerte, ya sea por suicidio o femicidio. Como sociedad, existe cierta cuota de responsabilidad al no reaccionar y advertir ante acciones de violencia y, sobre todo, al normalizar comportamientos psicopáticos que terminan por aprisionar a las personas en una relación.

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