Ballroom: el inesperado fenómeno artístico que se toma el escenario penquista

En la última década las calles de Concepción han servido para alojar a la danza subcultural que lidera el colectivo LGBT+, en donde lo esencial es la libertad corporal y posar.

Ballroom, voguing o runawayson los nombres que recibe la danza artística que surgió En Estados Unidos a principio de los años ochenta, como una lucha en favor de la autoexpresión e identidad de la comunidad LGBT+ (lesbiana, gay, bisexual, transgénero y más).

Los orígenes del ballroom se remontan a la década de los veinte en las comunidades afroamericanas. Sin embargo, comenzó a tomar reconocimiento por parte de la sociedad hace treinta años en Norteamérica, debido al auge de la libertad sexual y de género.

 Aunque existen diversas versiones del nacimiento del ballroom, la mayoría atribuye los orígenes de este a los salones de baile en la ciudad de Nueva York, donde fue concebido por las comunidades negras y latinas como una forma de desafiar los cánones y estereotipos de la danza, así como un lugar donde refugiarse de las normativas heterosexuales.

Si bien el ballroom o voguing es parte de una subcultura, muchos artistas contemporáneos, como por ejemplo Madonna y Lady Gaga, utilizan esta forma de expresión para lograr reconocimiento en la comunidad LGBT+. Por otro lado, también ayudan a difundir las tradiciones de las disidencias, que se habían mantenido herméticas por bastante tiempo.

Con el paso del tiempo, este movimiento se convirtió en verdaderas casas de familiares no constituidas por vínculos genéticos, en donde sus integrantes reciben comprensión y afecto, así como también un lugar en el cual coinciden en ideales y vivencias personales. Estos hogares son considerados un lugar seguro, en que un “padre” o una “madre” acoge a jóvenes en situación de vulnerabilidad y los guía para avanzar en la escena del ballroom.

En cuanto al baile, se trata de movimientos enérgicos y exuberantes con temáticas diversas. Por otro lado, la mayoría de las veces los participantes se expresan de manera libre, sin pautas establecidas, ya que lo más importante es la libertad de expresión. A pesar de lo relajado que suena, los bailarines se enfrentan sanamente en competencias por sus casas en las que todos son bienvenidos.

 La fuerza del Ballroom

El auge de esta subcultura puede tener múltiples explicaciones; desde el apogeo de los derechos de las disidencias sexuales en Chile, cambios sociopolíticos, el fortalecimiento y la protección de la vida pública, entre otros. Sin embargo, Cristóbal, fotógrafo y organizador de la página Ballroomchile, asegura que la popularidad de esta práctica es mucho más simple de lo que parece y obedece a hábitos de consumo de productos audiovisuales.

“El auge del ballrroom en Concepción y en Chile se debe a la masificación de programas de televisión durante la pandemia, sobre todo de estilo voguing y runaway en plataformas de streaming como Netflix. Está Pose y otras series de la misma temática, que ayudaron a conectar con la cultura ballroom. Esto dio paso a que personas de todo el país, una vez relajadas las restricciones de movilidad, salieran de sus casas a juntarse con otros interesados en la danza en las calles”, afirma Cristóbal.

La fuerza de este movimiento artístico les dio las agallas a muchos y a muchas de poder encontrar un lugar donde sentirse a salvo, además de formar una familia de acogida que los anime a manifestar su identidad. Jaime Méndez, conocido entre la comunidad como “madre” París Omega, perteneciente a la casa penquista Pioneer Kiki House of Antrax, comenta que la relevancia de esta agrupación no fue lo único que lo animó a interesarse por el baile, puesto que valora aún más la compañía que recibe de sus camaradas de la escena.

“Creo que el vogue me enseñó que podía fluir entre mis distintas energías y poco a poco me fui dando cuenta que el baile no es mi fuerte. Sin embargo, en la comunidad tenían muchas otras cosas que entregarme y en las que me he podido desarrollar personalmente. Actualmente, estoy realizando trabajos e investigaciones autónomas, aprovechando que este tema está en su mayor florecimiento en el país”, acota Jaime Paris Omega.

Durante las sesiones del Ballroom, los bailarines compiten por sus respectivas «casas» y así brindarles prestigio. Créditos: fotografía donada por Jaime Paris Omega.

Asimismo, estas instancias culturales han ayudado a las personas a encontrar su verdadera identidad de género, a reconocerse a sí mismos y a compartir con gente que está en proceso de transición. Esto último es de vital importancia, puesto que la compañía de similares ayuda a sobrellevar los prejuicios de una sociedad que aún discrimina la diferencia. 

  Al menos así lo reconoce Mercuria, quien destaca la importancia que tuvo y tiene para ella la nueva familia que ha hecho: “Mis inicios en el vogue fueron como muy destinados, ya que en un punto la vida me dijo entra a ballroom. Luego de realizar mi transición, conocí a un par de personas que participan en distintas partes de Chile y me motivaron a ser parte de este mundo. En un principio tuve dudas, pensé que era un espacio que no me correspondía, pero me di cuenta de que siempre me correspondió”.

La bailarina reconoce que su primer encuentro fue el año pasado, en plena pandemia, y que, a partir de entonces, no lo dejó más: “En octubre del 2021 fui a mi primera ballroom y ahí me enamoré de la cultura, no salí más. Para mí fue encontrar un espacio incluyente, hermoso. He participado en muchos espacios LGBT+, pero el voguing es muy especial y potente. Me he sentido muy celebrada en mi trans-feminidad, puesto que en el ball somos femme queens y al final la cultura nace más que nada para nosotras”.

La mayoría de las competencias en la ciudad transcurren libremente en las inmediaciones de la Universidad de Concepción. Créditos: fotografía donada por Mercuria.

Aunque es cierto que esta disciplina va dirigida fundamentalmente a personas pertenecientes a las disidencias sexuales, la popularidad del ballroom ha hecho que muchos cisgéneros (denominativo que se utiliza para describir a una persona cuya identidad de género y sexo asignado al nacer son el mismo) se acerquen a la escena.

Ysabella, cisgénero y bailarina, comenta que el no pertenecer a la comunidad LGBT+ no fue un impedimento para compartir escenario. Incluso, asegura que encontró un espacio donde se siente ella misma y que comparte con personas inclusivas que la alientan a expresarse libremente a través de la danza.

“Personalmente siempre me he sentido muy a gusto. Este es un espacio donde puedo ser yo misma. Además, el voguing siempre ha tenido mujeres, quizá no hetero, pero si cisgénero y esto me hace sentir que pertenezco aquí. Por supuesto que el respeto por todos y todas es fundamental para entrar, puesto que este es un lugar donde, ante todo, prima la tolerancia hacia los demás”, comenta Ysabella.

Los espacios urbanos   

Una de las principales características del ballroom es su calidad de danza urbana. Como muchos otros tipos de bailes, este se centra en ocupar los espacios abiertos y civiles. Así ocurre en la capital penquista, donde la mayoría de las competencias se realizan en la Universidad de Concepción y sus alrededores.        

Para los organizadores de estas batallas, la ocupación de los lugares urbanos representa la base del movimiento artístico, puesto que, más allá de contar con la presencia del público, este tiene un mensaje con significado cultural y político

Desde la Vocería de Géneros y Sexualidades (VOGESEX), explican que “el ballroom irrumpe muchas veces con lo hegemónico de los espacios, incluida la universidad que es donde transitan muchas personas y que no necesariamente son estudiantes. Para los menores de edad o estudiantes que pertenecen a la comunidad LGBT+ y que nunca han visto que se tomen áreas de esa manera, les puede significar un espacio seguro, de resistencia y de representación al ver a la comunidad apropiándose de espacios que le han sido históricamente relegados”.

Algunas sesiones del voguing también transcurren en recintos privados, donde solo participan las «houses». Créditos: Fresas con Nata.

Esto último cobra un especial significado, ya que la toma de los espacios permite a los demás incorporarse a estos “lugares seguros”, considerados libres de violencia de todo tipo. Así lo aclara la VOGESEX: “Por lo mismo esto no sólo se ciñe a estudiantes de la universidad, sino para cualquiera que se sienta identificado o en comodidad asistiendo y participando de la cultura ballroom. Son espacios políticos y de memoria, frente a un sistema que no les reconoce y que les coarta el espacio público, estas instancias pueden ser más que necesarias. El ballroom también es muy político, es una reivindicación histórica del espacio, del cuerpo y de la identidad”.

En síntesis, esta subcultura que surgió de los barrios bajos de Nueva York está tomando cada vez más relevancia en la comunidad LGBTIQ+ y en la sociedad en su conjunto. Por otro lado, la disposición de espacios, como la Universidad de Concepción, hacen visible el ballroom a personas que no tienen acceso a internet o que, por diversos motivos, desconocen las competencias del baile urbano más famoso en la actualidad.

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