El abuso psiquiátrico

La antipsiquiatría evidencia las prácticas abusivas de la psiquiatría imperante. La patologización de malestares subjetivos, las internaciones involuntarias, la sobre medicación de psicofármacos, el electroshock y la estigmatización son algunos de los padecimientos que conlleva recibir un diagnostico psiquiátrico.

La perspectiva biomédica de la salud mental concibe de forma similar el padecimiento psicológico con las dolencias físicas, se soslaya el contexto sociocultural en que está inmersa la persona y se responsabilizan a desequilibrios químicos. Todo esto acogido por la ciudadanía, ya que los medios de comunicación difunden tal perspectiva y los centros de salud mental la imparten con sus tratamientos. El meollo radica en la cofradía de la industria farmacéutica y el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM, Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders). La patologización de la vida inventando trastornos para inventar psicofármacos.

Los fármacos psiquiátricos funcionan y ayudan a las personas a llevar una vida relativamente normal. La premisa es un consenso predominante instaurado por el discurso psiquiátrico imperante. Sin embargo, las causas biológicas de los trastornos mentales no han sido demostradas contundentemente, tampoco se han evidenciado beneficios, más allá de los propios criterios de la ciencia médica, de la ingesta de medicamentos psiquiátricos.

Carlos Pérez Soto es filosofo y uno de los principales críticos en Latinoamérica de la psiquiatría imperante, pues mediante el libro Una nueva antipsiquiatría del 2012 se adhirió a investigadores europeos y norteamericanos afirmando que los fármacos psiquiátricos no son tan seguros, ni tan eficaces, ni tan específicos como se presentan en el mercado, teniendo en cuenta que en ocasiones pueden ser una fuente más de problemas que de soluciones, ya que generan más daño que beneficio, en particular, en su uso combinado y a largo plazo. “Medicalizar la mente ¿Sirven de algo los tratamientos psiquiátricos?” de Richard Bentall, “Psicofármacos que matan y denegación organizada” de Peter Gotzsche, además de “Anatomía de una epidemia. Medicamentos psiquiátricos y el asombroso aumento de las enfermedades mentales” de Robert Whitaker son algunos libros que cuestionan el proceder de la psiquiatría imperante y evidencian sus abusos.

Los psicofármacos en Chile

 

Carlos Pérez Soto plantea que la medicalización de la subjetividad se debe a que problemas cotidianos se conciben como falencias de tipo cerebral, pues los malestares subjetivos constantemente se etiquetan bajo categorías psiquiátricas que mutan con el tiempo. Bajo tal idea, se cree que los problemas de salud mental están causados por un desequilibrio químico que puede ser corregido por fármacos específicos.

Juan Carlos Cea Madrid es psicólogo clínico y militante cuerdo del colectivo Locos por nuestros derechos. El activista por la reinvención de la salud mental desde la comunidad fue alumno de Carlos Pérez Soto. El joven profesional ha investigado el abuso psiquiátrico y planteado una perspectiva contra hegemónica. En cuanto a los psicofármacos realizó una investigación sobre el rol del Estado en la concepción neoliberal de la salud mental en base al predominio del mercado farmacéutico, pues identificó el actuar del Estado chileno contemporáneo, considerando el gasto público en psicofármacos.

“En un escenario neoliberal, los valores del individualismo, el consumismo, la competitividad y la productividad, refuerzan la idea de responsabilidad de los sujetos sobre su propio bienestar y su involucramiento activo para afrontar dificultades de acuerdo a los parámetros de lo normal y lo deseable. En ese marco, adquiere sentido que un individuo aislado y autosuficiente acuda a la consulta del psiquiatra y acepte tomar psicofármacos, en la medida que se ha construido socialmente una determinada forma de concebir el proceso de buscar ayuda, solicitar atención, expresar su problema y pensarse a sí mismo, de acuerdo a las presiones e imposiciones de la narrativa neoliberal. De esta manera, en el campo sociocultural, la producción de significados en torno al consumo de psicofármacos, se imbrican con las fuerzas políticas y económicas arraigadas en los procesos de comercialización de estos medicamentos, como son los intereses comerciales de los laboratorios, cuya finalidad es obtener beneficios económicos y vender sus mercancías en el mercado”, reflexiona el joven psicólogo.

Marcela Jirón, Márcio Machado e Inés Ruiz son químicos farmacéuticos, además de investigadores. En 2008 publicaron el artículo “Consumo de antidepresivos en Chile entre 1992 y 2004”. Entre las conclusiones destaca que el consumo total de dosis diarias de antidepresivos por cada 1.000 habitantes sufrió el incremento de un 470% en 12 años, de 2,5 en 1992 a 11,7 en 2004. La investigación también dilucidó que el antidepresivo más consumido es la fluoxetina, representando el 59% del total de dosis diarias en 1992 y el 48% en 2004.

La Encuesta Nacional de Salud 2009-2010 señala que un 7,8% de la población reportó consumir psicoanalépticos (estimulantes y antidepresivos) así como un 5,6% psicolépticos (ansiolíticos, hipnóticos y antipsicóticos). El psicofármaco más consumido por la población chilena para uso global y uso exclusivamente crónico, es el clonazepam con un 2,1%. Todos estos datos se enmarcan en la prevalencia del tratamiento farmacológico, pues la encuesta determinó que un 6,6% de los tratamientos basados en píldoras se debieron a depresión.

El tratamiento que termina siendo tortura

Macarena Navarrete es profesora de educación básica. Una depresión la acongojó, pues constantes frustraciones la llevaron a conversar con psicólogos, luego la atención fue con psiquiatras, lo cual inapelablemente significa pastillas. “La inocencia y el desconocimiento me llevaron a sólo comprar e ingerir, después comencé a notar cambios, pero no para mejor, sino que me sentía débil, por momentos agresiva, me la pasaba durmiendo”, recuerda la educadora. Posteriormente, comenzó a investigar e instruirse sobre el tema.

“Está instaurado que la causa de las trastornos mentales radica en una anormalidad de los sistemas. Por ejemplo se piensa que la esquizofrenia pasa por la dopamina o que la depresión pasa exclusivamente por la deficiencia de serotonina o la noradrenalina. Todo esto se da por hecho, no se considera como una teoría de científicos. Y hay que tener claro que no es así porque los orígenes bioquímicos de los trastornos mentales no han sido comprobados de forma veraz”, plantea la docente.

Valentina Morales es una joven que convive con anorexia nerviosa purgativa. La sobre medicación fue innegable en su caso, memorizando recita: “Fluoxetina 20mg en el desayuno y en el almuerzo. Citalopram para el desayuno, el almuerzo y la once. Clotiazepam 10mg tres veces al día igual. Lorazepam 5mg para las tres comidas y otra para dormir. Temazepam para dormir. Esas eran las más frecuentes, hubo periodos en que me hacían consumir más, pero no recuerdo los nombres y dosis. Ahora investigando muchas no tenían sentido, por ejemplo la fluoxetina en ocasiones provoca agresividad y yo sentí que adopté una actitud combativa, pero más encima quita el hambre, teniendo en cuenta mi trastorno no sé qué buscaban”.

“Tenía un peso de niña pero me medicaban como si pesara 80 kilos. Al final me la pasaba dopada, nunca sentí un efecto favorable para solucionar lo que estaba pasando. Es obvio que cualquier droga va a reaccionar en el cuerpo. Los cambios no necesariamente son profundos. El efecto casi siempre suele ser sedativo, pero yo nunca percibí una mejora. Más encima es difícil despojarse de los medicamentos, porque una desarrolla una dependencia. Hay ansiedad cuando no consumes, la disminución de pastillas si no es lenta afecta mucho. Menos mal conocí otras experiencias y me acercaron un manual que se llama ‘Discontinuación del Uso de Drogas Psiquiátricas: Una Guía Basada en la Reducción del Daño’, entonces ahí fui recibiendo ayuda y entrelazando sensaciones”, comenta Macarena.

Bastián Ceballos fue prisionero del Sename y los centros psiquiátricos por años, ahora participa en charlas narrando sus experiencias y criticando la violencia institucional. Hay muchas malas prácticas que se desconocen, por ejemplo la sobre medicación en los hogares. Entre tantos abusos recuerda que hace poco se dirigió a los hospitales y hogares de menores que lo albergaron, “después de todo me acerqué a solicitar mis informes médicos de psiquiatría, me di cuenta que faltaban datos, inventaban otros. Entonces fui a pedir explicaciones a las unidades, me di cuenta que en sus informes aparecen diagnósticos que nunca me informaron, pero que sí se dieron entre ellos. En ninguna ficha aparecen las sesiones de electroshock que recibí. Tampoco aparecen los antisicóticos que me derivaron a una cirugía gástrica. En vez de eso aparece un supuesto trastorno de alimentación que nunca tuve”.

Bastián expresa elocuentemente la opinión de muchos psiquiatrizados, pues señala que “cuando pedimos ayuda o la piden por nosotros pasa porque estamos solos y no podemos o no sabemos cómo afrontar algunos síntomas o malestares subjetivos. Entonces donde yo, mis amigos o mi familia no somos capaces; acudimos o nos llevan a una institución de salud mental. La idea es encontrar nuestro bienestar, pero cuando te das cuenta que las terapias terminan siendo torturas te arrepientes. Te arrepientes cuando la medicación te domina, cuando el electroshock te somete y cuando ya no puedes vivir bajo tus decisiones”.

La estigmatizada esquizofrenia 

La implementación en Chile de la Ley 19.966 instituyó el Régimen de Garantías en Salud y Sistema de Garantías Explícitas (GES), lo cual contempla que a contar del año 2005, las personas que presentan un primer episodio de esquizofrenia cuentan con garantías de acceso y oportunidad a tratamiento, tanto en el sistema público como privado de salud.

Ricardo Hernán es un caso, a los 27 años tras inestabilidad emocional y la deriva económica fue etiquetado psiquiátricamente con esquizofrenia paranoide. Todo fue un descubrimiento. El mancebo estaba consciente de que necesitaba ayuda, pues no salía por semanas de la cama y el escritorio. Al salir no abandonaba por semanas las calles y los antros. Todos los problemas se acumularon, la muerte de sus padres, los constantes despidos, una baja autoestima y las adicciones desencadenaron una crisis existencial. El sentido de su vida lo acomplejó en la soledad. Las conversaciones con el techo no tenían fin. Las pulsaciones de la cabeza no lo dejaban dormir. En la cama arropada tiritaba.

La ayuda llegó. Los amigos lo vieron abatido por semanas, en un compartir Ricardo manifestó su pena en llanto, su paranoia en descargo de energía. La reflexión instantánea de los presentes coincidió en acercarlo a un centro de salud, pues no estaba bien en el momento y tampoco previamente. La unidad de psiquiatría lo albergó por meses sin previa notificación. La internación fue involuntariamente, pues él quería ayuda, pero no de la forma que la concebían en el hospital.

La mala atención, luego la obligación de ingerir píldoras que ni conocía, la restricciones para desenvolverse y el ambiente desconocido causaron incomodidad. “Llegué viendo el sufrimiento de otras personas. Yo no estaba bien, pero la forma en que me querían ‘ayudar’ en el hospital no era lo que necesitaba. Estoy consciente de eso, porque no son tratamientos que te dan confianza. Yo al darme cuenta de los abusos cada vez estaba más perseguido por lo que me podían hacer, los psiquiatras a veces no saben ni tu nombre, ellos te reducen a una ficha, las enfermeras terminan viéndote como un alguien sin consciencia, los terapeutas fueron la excepción y pese a tratarte como tonto en principio, luego te ayudan de otra forma”, señala Ricardo en una retrospección.

La “Evaluación de la Implementación de la Guía Clínica GES para primer episodio de esquizofrenia” concluyó que todos los pacientes que participaron del estudio recibieron tratamiento farmacológico con algún tipo de antipsicótico y la gran mayoría de ellos inició su tratamiento con risperidona (85,5%). “La risiperidona fue la primera, no tuve ni la posibilidad de googlearla, me la mencionaron, pero nada más y ahí comencé con pesadillas, estaba dopado, estaba peor que cuando entré, porque me desesperaba el encierro y es difícil afrontar que tienes que dejar un estilo de vida tan abruptamente. En muy poco tiempo dejé de hacer mi vida”, cavila Ricardo.

“Ahí adentro te cuestionas todo y piensas que uno -exclusivamente- es el problema. Todo es nuevo, entonces no sabes cómo relacionarte, de primera yo fui pasivo, como que me dediqué a observar. Mis cuestionamientos a querer salir altiro igual molestaron y yo lo noté, pero ellos no pueden tomar decisiones tan taxativas. Ellos presenciaron un mal momento mío, pero desconocen todo hacia atrás. Por más que a veces pueda comentarlo con el psicólogo no pueden relativizar todo el pasado que desconocen, porque lo que yo puedo contar es una parte chiquita de lo que pasa y de lo que se entrelaza con otras cosas”, reflexiona el joven.

Hoy ya tiene 33 años, logró escapar del psiquiátrico y trabaja de contador en varias ferreterías y negocios chicos, aunque admite que ahora se siente inseguro e inferior, pues carga con el estigma de la etiqueta esquizofrénico para quienes se enteraron y no profundizaron en la historia. En confianza se lo toma con humor, “vacilando los pitos me ponen la canción ‘John el esquizofrénico’ de Calle 13”, señala entre risas. No obstante, en la multitud y la población camina absorto con los ojos al suelo, inconscientemente es reacio al cruce de miradas.

La voz de los abusados

Macarena, Valentina, Bastián y Ricardo son reacios a las fotografías, tampoco son receptivos a la idea de puntualizar nombres específicos de los profesionales e instituciones que los sometieron. Todos no hablan de sus experiencias con soltura, pues les cuesta. Sin embargo, grupos de apoyo los han ido ayudando para afrontar sus casos desde otra perspectiva. Las charlas con ellos son nutritivas para concientizar. Ellos accedieron a plasmar sus testimonios con la idea de evidenciar el abuso psiquiátrico.

Solange es una mujer penquista ingenua e infantil, por momentos insegura e inestable, mientras que en otros la convicción y el empoderamiento la caracterizan. Alrededor de la mitad de su vida ha deambulado por las unidades de salud mental del Gran Concepción. Desde la adolescencia la depresión y el trastorno de borderline la han acompañado, junto a ello la incomprensión, discriminación y estigmatización no la han dejado.

Solange lucha por la ansiada estabilidad emocional. Terapias infructuosas y psicofármacos dificultan la autonomía. La poesía se convirtió en la manifestación de las emociones reprimidas por el psiquiátrico. La estabilidad emocional emerge con la poesía, ya que es su puerta de escape a los trastornos.

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