Museo Pablo Fierro: el arte de soñar

Casi 20 años se demoró el pintor y dibujante oriundo de Temuco, Pablo Fierro, en construir un verdadero castillo de recuerdos en la costanera de Puerto Varas.

Desde muy joven Pablo Fierro supo que quería dedicarse a pintar cuadros del tipo naturalista y realista. Su habilidad artística era innata, y gracias a su extraordinario manejo del lápiz pastel sobre las hojas en blanco, pudo ingresar a estudiar, cultivar y pulir lo que es su gran pasión: el arte.


Cuadros, pinturas, televisores, máquinas fotográficas y de escribir, de todos los modelos y todos los años, adornan el segundo piso del Museo.

Tras su paso por la universidad, donde dibujó e inmortalizó por largos años y en viejos cuadernos todo lo que se le pasó por la vista, llegó a la conclusión de que retratar viejas casonas sureñas sería su foco de atención.

¿El motivo? simple. No solo cree que estas últimas desaparecerán en cuestión de tiempo, sino que además encuentra totalmente injusto que las nuevas generaciones no conozcan y disfruten de lo que allí hubo alguna vez.

“Siempre he pensado que estas casas van a desaparecer. Es solo cosa de tiempo y el tiempo no da marcha atrás. Por eso me enfoqué en pintar casas, ya que creo que así podré ‘salvar’ a todas las que el Estado no considera como Monumento Nacional”, indicó el artista.

Su inmenso talento lo llevó a conocer el Museo Rodin de Paris, en Francia, donde luego de observar sus deslumbrantes jardines, paredes y exteriores, se prometió construir un museo de antigüedades para que los demás pudiesen viajar al pasado sin moverse de su asiento.

Así, y ya de regreso en Chile, una casa abandonada en la costanera de Puerto Varas, justo frente al Lago Llanquihue, fue el sitio escogido por el artista para desarrollar la obra de arte más importante de su vida: el Museo Pablo Fierro.

“Así era la casa antes. Estaba completamente destruida y nadie daba un peso por ella”, comentó de manera enfática Fierro, al mismo tiempo que mostró una fotografía sobre el estado en que encontró dicho inmueble.

Fueron varios meses de arduo trabajo, los que luego de diversos arreglos, por aquí y por allá, entregaron un verdadero castillo de recuerdos, historias y anécdotas que día a día son contadas por su propio dueño.

El museo tiene todo lo que a la mente se le pueda ocurrir. Son cuatro pisos de pura memoria y nostalgia, los que parten con la réplica de un reloj que tenía su madre cuando él era niño, y terminan con una pequeña sala de clases que tiene pupitres, una pizarra de tiza y una que otra cotona, tal como existía en la década de los 90.

En esas cuatro paredes Pablo dio forma a sus sueños y, a la misma vez, detuvo el tiempo junto a cada utensilio para que todos pudiésemos mirarlos y tocarlos. Porque sí, y aunque cueste creer, en este reino todo se puede mirar, tocar y fotografiar.

“Me tranquiliza y me hace feliz pensar que le dejaré a las futuras generaciones mis dibujos y pinturas de las principales casas y calles de mi querida región”, concluyó el pintor.

La gran mayoría de las antigüedades que están dentro del Museo de Pablo Fierro son donaciones de la ciudadanía.
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