La necesidad de dar un paseo

En Concepción faltan dos días para que se levante la cuarentena, anhelado respiro que debería suceder, al fin, el lunes a las 5 de la mañana, pero la agitación ya se siente en las calles, percibiendo como una especie de zumbido mecánico, sinfonía de bocinazos, movimiento de automóviles y tronar de escapes.  La situación se repite, también, en otras localidades, ciudades y comunas de este largo y angosto país, donde el fin de esta controvertida medida ya se atisba al corto plazo. 

Durante estos meses agónicos,  tiempo excedente a la norma emitida en enero por el MINSAL relativa a la duración formal de las cuarentenas, era habitual escuchar a las personas hablar sobre su hartazgo de la necesidad de pedir permiso para salir al banco, al supermercado, a respirar aire fuera de su viciada atmósfera hogareña. 

Y, a lo largo de estos meses, cuyo tiempo parecía ralentizarse y estirarse, salir a dar un paseo, por el mero placer de estirar los pies y bostezar somnolientamente, era ni siquiera un tema de conversación. Todos lo hacían, sin embargo, sin permisos, sin problema.  Curiosamente, también el tema de salir a distraerse, a pasear un rato, era uno de los más criticados. 

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Las cuarentenas generalizadas provocan depresión y agotamiento.

Lo cual es paradójico, cuando está comprobado que la aplicación de largas cuarentenas provoca efectos psicosociales adversos. De hecho, un estudio llevado a cabo por los investigadores Marlee Bower y Roger Patulny,  en Australia, concluyó que muchas personas ya no sociabilizaban con tanta gente como antes. 

En tanto, otra investigación realizada en Argentina, que analizaba el panorama psicológico en la nación a consecuencia de la cuarentena general -que alcanzaba 5 meses ininterrumpidos- concluyó que los argentinos estaban exhaustos, desmotivados y ansiosos.

Situación que se repite dondequiera se analice, sin importar diferencias culturales, económicas, de vida o de cualquier tipo. Somos seres sociales a los que les fue quitado, de forma justificadamente arbitraria, por la irrupción de una pandemia incontrolable, su libertad. Estamos agotados y molestos. 

En un periodo en el que parece haber sobreabundancia de malas noticias, con cifras negras que aumentan día a día, donde el panorama internacional es desalentador, y donde no parece haber mucho lugar para la alegría y la esperanza, es más importante que nunca preguntarnos, ¿cómo estás? Y reencontrarnos, comunicarnos basados en el reconocimiento mutuo de nuestra -compartida- resiliencia.

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