Metro Exodus: una evolución a medio cocer

El último título de la franquicia Metro trajo consigo innovaciones, pero no logró llevarlas a la línea de meta.

Metro Exodus (2019) es la tercera entrega dentro de la franquicia Metro, una adaptación de los libros Metro 2033, 2034 y 2035, por Dmtry Glukhovsky. La historia sigue a un grupo de supervivientes 20 años tras una guerra nuclear, la cual obligó a la población a resguardarse bajo tierra. De esta forma, estando a salvo de la radiación y las bestias mutantes producto de esta, además de los místicos y poderosos “oscuros”.

Si bien, en las primeras dos entregas (Metro 2033 y Last Light) el argumento se desarrolló principalmente en Moscú, para Exodus las fronteras se expandieron. La historia llevó al grupo a salir en búsqueda de respuestas y la esperanza de una vida mejor, consiguiendo una nueva idea de libertad y exploración. Gracias a esto, Metro adoptó el diseño de mundo abierto. Ahora los jugadores, al igual que los supervivientes, son capaces de explorar diversos escenarios, decidir a dónde ir, en qué orden, cuándo y cómo hacerlo.

Imagen in-game de la primera zona, el Volga, Metro Exodus, David Ramírez

Sin embargo, este paso al mundo abierto ha dejado tuercas sin ajustar: la IA de los enemigos, originalmente hecha para los pasillos del metro, parece que no fue ajustada para las nuevas llanuras; la idea de libertar y exploración se reduce a largo de la historia hasta volver a un diseño lineal; las recompensas por explorar y las historias del mundo carecen de impacto, entre otras cosas.

Pese a que hubo aspectos en que Metro Exodus innegablemente se destacó (la calidad de los gráficos y su compromiso con la inmersión), el producto final queda cojo debido a elementos poco refinados. Y, aunque esto no lo convierte en un mal juego, sí le roba el potencial de haber sido algo excepcional.

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