De acuerdo con la escritora del libro El poder de los introvertidos, Susan Cain, entre un tercio y la mitad de las personas pueden identificarse como introvertidas. También es común que estos lo nieguen, ya que han sido educados para actuar de forma extrovertida.

¿Has entrado a una habitación en donde hay más bullicio que aire para respirar?, ¿encontrarte en una reunión en la cual parece haber interacciones simultáneas y estás en medio de tantos murmullos? Nuestra existencia como introvertidos tiene por escenario el ruido y de protagonistas a los extrovertidos.

Cuando eres una persona introvertida, almacenas tanto dentro tuyo, que logras sentir tormentas y pasar desapercibido a la vez. Nuestra naturaleza va más allá de las palabras que podemos verbalizar, somos el ruido blanco. Realmente lo interpreto como un idioma diferente, el que se asemeja a sonidos de la llovizna al momento de rozar con una ventana o a las marejadas que impactan en los roqueríos. 

Tenemos que convivir en un entorno donde tienes que poner tus pensamientos en palabras e hilar oraciones, cuando la verdad es que nosotros escribimos poemas, trazamos líneas en un lienzo y coleccionamos recuerdos en fotografías. Básicamente, vivimos para los extrovertidos. Sin embargo, ¿aquellos podrían ocupar nuestro lugar? 

Fueron muchas las ocasiones en las que se me denominó de “callada”, cuestionando mi forma de ser y capacidad para cumplir mis sueños. Pareciese que todo esto fuese una paradoja, ni siquiera los extrovertidos están cómodos en su propio mundo. Cuando callas, piden que alces la voz más alto que un simple susurro y, en el momento en que lo haces, sugieren que te escondas como un introvertido.

Suplican que usemos nuestra voz cuando no nos pertenece ese lenguaje. Si un escritor hablase más de lo que es capaz de escribir se trataría de otra cuestión. ¿Acaso le impidió a Van Gogh seguir pintando al cortar su propia oreja?, y en el caso de Beethoven, ¿la sordera le frenó a continuar componiendo?

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