Tan poca vida

De miseria y retención

¿Qué podemos esperar, qué podemos sentir? Muchas veces, la memoria y nuestras habilidades cognitivas nos ayudan a recrear escenas de dolor, miseria y arrepentimientos que vienen acompañadas de aquel justo castigo afín a nuestras conciencias y creencias.

Ahora bien, imagina que hay un dios, uno que se atrevió a entregar a su hijo al sufrimiento que solo los seres humanos sabemos causar, ese dolor que dio espacio a estas horribles palabras: abandono, abuso, asesinato, violación, suicidio… conceptos que llenan los titulares de los medios y que reflejan teóricamente la crueldad conceptual detrás de su inmaculada concepción.

La novela Tan poca vida de Hanya Yanagihara parece ser una narración más sobre la vida de cuatro amigos en la Nueva York de 2015, pero a medida que descubres cuál de ellos es el protagonista y progresivamente te atrapas en el periplo de lo que fue su pasado, el castigo divino del karma se queda corto y no habrá oxímoron posible que acompañe a la palabra morbo.

Es acotado el abanico de emociones que la lectura del libro genera; su temática, íntimamente ligada al asco y al abuso, explora más allá del límite imaginario permitido para crear sufrimiento. Resulta inevitable no compadecerse con quien sufre las atrocidades del nuevo mundo en Tan poca vida, al punto de que desear su suicidio pareciera ser el único consuelo para el lector, una catarsis necesaria y deseada, como las brazas en el invierno, el maternal cobijo en las angustias o la curiosa necesidad de desaparecer ante las peores introspecciones.

Hanya Yanagihara es contundente al describir los detalles del dolor y su origen, lo que cautiva en una vorágine de empatía y desesperación. La escritura de Yanagihara perturba la psique al buscar consuelo en lo sórdido de los vicios y en lo ominoso del pecado y su peor expresión: el suicidio.

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