Juvenal Rivera y el periodismo: “No hay que dejar de contar historias”

Una infancia marcada por sus libros, un accidental ingreso al mundo de las comunicaciones y metas por delante. Este es el cantar de un periodista angelino, quien descubrió su amor por el rubro a través de los recuerdos de una ciudad olvidada.

Juvenal Antonio Rivera Sanhueza nació en el Hospital Higueras de Talcahuano un 18 de mayo de 1973. Este año cumplió 51 y reside actualmente en Los Ángeles, Biobío. Es originario de un sector rural de la comuna de Florida, donde se crio junto con sus hermanos y padres: “De allá soy, viví 20 años en ese lugar”.

Su infancia estuvo repleta de aventuras en los bosques de la Octava Región. Su papá era empleado del mismo fundo donde vivían y Rivera cuenta que estaba lleno de árboles nativos. “Mi panorama era ir a jugar ahí. Cuando hacía mucho calor, cerca de 40 grados, uno entraba y la temperatura bajaba a la mitad. Era superagradable”, relató con nostalgia el periodista.

Recogía frutas que la misma naturaleza le entregaba, alimentándose durante tardes enteras de manzanas silvestres y moras. Su hermano elaboraba columpios con cuerdas, sostenidos por los mismos árboles, e imaginaban escapar al mundo de la selva al mismo estilo de Tarzán: “Nos tirábamos en liana de un lado para el otro. Era entretenido, lo pasaba muy bien. De niño tuve recuerdos entrañables de ese tiempo allá”.

Del bosque real al imaginario

Fotografìa cedida por Juvenal Rivera. Recuerdo de los 20 años del periodista.

Rivera asistió al único establecimiento educacional que existía en el sector: la escuela Florida. En ella estuvo desde primero básico y cuando llegó el momento, se incorporó al liceo del sector. Al ser un pueblo pequeño, todos se conocían, por lo que compartió con compañeros desde la primera infancia hasta el término de su etapa escolar: “Nos conocíamos, pero como yo no era del pueblo, porque vivía en el campo, mis relaciones tenían que ver con mis compañeros de curso. Esos eran mis vínculos, mis nexos”.

Al crecer, Juvenal Rivera cambió las excursiones a los bosques de Florida por los jardines secretos de la literatura. Nunca experimentó una crisis en su adolescencia como tal, más bien, se la pasaba “encerradito leyendo. Una de las cosas que más hice en esa época fue leer. Mucho, harto. De hecho, mi mamá, uno de los castigos que imponía, era obligarme a salir a jugar con mi hermano. Él se quejaba de que en ese lugar los únicos niños éramos nosotros dos. Si yo no salía, él no tenía con quién”.

«Tienes que pensar en cómo vivir, en alimentarte, mantener a tus hijos, tu familia, etcétera. Debido a esa necesidad se han perdido talentos formidables en materia de crónicas».

Juvenal Rivera, periodista de La Tribuna.

La lista de espera

Juvenal Rivera confiesa abiertamente que nunca quiso estudiar Periodismo. De hecho, su historia es muy particular. El objetivo de los egresados de enseñanza media de la época era muy ajeno a la educación superior: “El destino natural era el mundo del trabajo. Lo que allá le decíamos ‘la pala’. Y así sucedió con la inmensa mayoría de los compañeros. En el liceo no se formaba para entrar a la ‘u’, no existía eso. No había ninguna orientación vocacional”.

Rivera cuenta que, en la promoción anterior a la suya, cerca de 20 jóvenes rindieron la Prueba de Aptitud Académica (PAA): “Y no quedó ninguno, ni siquiera con el puntaje mínimo. No alcanzaron los 450 puntos”. Esta era la realidad del Chile rural del siglo XX, los altos costos del arancel y los niveles de pobreza del sector posicionaban los estudios de pregrado en el último lugar de las prioridades familiares.

Gracias a una profesora que fue más exigente en lo académico, tres estudiantes de su promoción lograron obtener un buen resultado en la dichosa evaluación: “En mi familia nadie había asistido a la universidad, por lo que no era algo fácil de decidir. Pero como me había ido bien, pensé en que tenía que darle, pues con ese puntaje me alcanzaba para casi todo”.

Fotografía cedida por Juvenal Rivera. Esta imagen, data de los tiempos universitarios del periodista, que hoy cumple 30 años trabajando.

En aquellos tiempos, Periodismo en la Universidad de Concepción cortaba el ingreso en 700 puntos. Fue entonces como Juvenal Rivera tomó sus resultados y postuló a diferentes carreras, quedando en lista de espera en Comunicación Social y, aparentemente, seleccionado en Derecho. O así lo creía el cronista.

Feliz asistió a la clase inaugural de Ciencias Jurídicas, donde nombraron a todos sus compañeros, menos a él. Muy extrañado, se acercó a los organizadores a preguntar qué había sucedido. Para su sorpresa, su nombre no figuraba en la nómina de matriculados y hecho un manojo de dudas, atendió a la oficina de atención a estudiantes.

Nada hacía presagiar (o quizás sí, de haber tenido acceso a información) que la lista de espera “correría”. Un joven Juvenal Rivera estaba inscrito en una de las mejores carreras impartidas por la UdeC en su época: Periodismo. Por este mismo motivo, nunca olvidó su número de ingreso: 91407016.

Preguntó al consejero qué podía hacer con su caso y este sugirió redactar una carta a la autoridad máxima de la Universidad de Concepción. Confiesa que salió del lugar y se dijo a sí mismo: “¿Qué me van a pescar con una carta al rector?”.

Un hecho que marcó su existencia

Todo iba de maravilla. Rivera asistía a sus clases con entusiasmo y compartió aula con reconocidos profesionales como Carlos Basso y Gonzalo Mendoza: “Yo creo que hubiese dado bote en Derecho. Era mucha materia y muy aburrida. Como soy disperso, calzaba justo en Periodismo”. Fue gracias a estas sesiones y el conocimiento adquirido que Juvenal Rivera despertó su vocación por las comunicaciones. Al preguntarle si se siente a gusto con esta decisión, asiente rápidamente y admite que ha logrado “saciar esta necesidad de saber, entender y comprender las cosas”.

Fotografìa cedida por Juvenal Rivera. El cronista siente que, como comunicadores, siempre estaremos en deuda de contar la historia del lugar donde vivimos.

Y de la nada, su madre fallece. Por un supuesto problema a la vesícula y una posterior intervención quirúrgica, los médicos detectaron un agresivo cáncer gástrico que invadía su cuerpo. Cuenta que, luego de su deceso, congeló sus estudios: “Desde ahí no pude recuperarme, por dos razones: una, porque no estaba capacitado para volver, la muerte de mi mamá fue un shock muy profundo que me mantuvo en un estado catatónico durante años; y lo otro es que no había plata”. Los altos costos de la enfermedad y un traslado familiar a Los Ángeles generaron en ellos un agujero financiero sin salida.

Esto no detuvo a Juvenal Rivera a continuar su camino por el periodismo. Tomó sus pertenencias y se dispuso a aprender el oficio al modo de la vieja escuela: trabajando. En aquellos años, según cuenta, Los Ángeles funcionaba de manera formativa para quienes desearan “locutear” en las radios o escribir en los diarios. “No había títulos. Prácticamente, no existían periodistas universitarios trabajando acá. Entonces, claro, llegué y como tenía una formación, me acogieron”, relató el cronista angelino.

Trabajó en la radio Camila, también en la Biobío, y actualmente, su hogar es la oficina de edición del diario La Tribuna, medio de comunicación provincial. Juvenal Rivera mantiene un amplio respeto por la actividad periodística a nivel general: “De alguna forma yo soy como un intruso en eso, por lo que estoy haciendo. Pero creo que me he ganado un espacio en función de ello”.

Sus últimos logros y lo que queda por construir

En febrero de este mismo año, Juvenal Rivera se adjudicó el primer lugar del concurso “Crónica Patagónica”. En su relato, dejó plasmado un secreto a voces de Los Ángeles: Roberto Bolaño, el cronista y columnista, vivió en la capital de la Provincia de Biobío.

Fotografìa cedida por Juvenal Rivera. Es posible observar al periodista trabajando hace varios años para radio Biobío.

Este premio significó para Rivera un reconocimiento nacional a su estilo de redacción único. Sin embargo, aún siente que le faltan cosas por lograr: “Mi real objetivo es el aniversario de 300 años de Los Ángeles. Hay que hacer una política para trabajar de manera sistemática en la recopilación de la historia local. Nosotros estamos muy al debe en eso”.

Si tuviese que dar un mensaje para los periodistas en formación, Rivera hace hincapié en la preservación de las comunicaciones y el buen escribir: “Tienes que pensar en cómo vivir, en alimentarte, mantener a tus hijos, tu familia, etcétera. Debido a esa necesidad se han perdido talentos formidables en materia de crónicas. No hay que olvidar buscar y contar historias”. En los ojos experimentados del cronista, es posible observar una esperanza por el futuro de la profesión: “Que la llamita nunca se apague y a seguir escribiendo”. Termina la grabación, se despide amablemente y conecta el mouse del computador para seguir editando el diario del día siguiente.

Por Sofía Meier y Antonia Ferrrada.

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