Los embajadores del pasado CulturaPor Antonia Ferrada - 27 septiembre, 2024 La tecnología ha logrado desplazar a las personas en muchos aspectos. Lo que antes tomaba días, una máquina puede hacerlo en cosa de minutos. A pesar de haber perdido terreno en la actualidad, existen oficios antiquísimos que se seguirán nutriendo de los avances tecnológicos, pero nunca van a desaparecer. En el pasado, el uso del plomo era tan común como lo es el uso del plástico en la modernidad. El imperio romano fue el primero en explotar este material a nivel industrial, y es que servía para todo: cañerías, botellas de vidrio, pintura, y hasta para la construcción. Era bastante común en ese entonces que quienes lo manipulaban muriesen envenenados por plomo. No fue hasta más o menos 1970 que comenzó a eliminarse el uso de este componente en el oficio. Gracias a esto, los herreros del presente pueden trabajar tranquilos. Espada ropera. Imagen cedida por Armería de la Guerra. Desde pequeño, Daniel Barros aprendió el oficio de su abuelo, quien forjaba resbalines y otros juegos para los pequeños de la familia. No fue hasta el estallido social, de una manera algo jocosa, que tuvo que retomar la herrería para sustentarse. “Con tanto incendio y demoliciones quedaban fierros botados. Yo los recogía y los martillaba a ver si podía hacer un cuchillo”. Llega la pandemia, y su trabajo como técnico en sonido se vio afectado por el aislamiento: no más conciertos ni grabaciones en estudios. Cambió los micrófonos por martillos, y comenzó a forjar su carrera como herrero. “En estos años la herrería casi no existe, a no ser que sea por gusto. Ya todo funciona con prensas y plegadoras automatizadas. El martillo pasó a ser meramente un adorno en talleres comerciales”. A pesar de todo, la calidad que forjar y templar el metal de forma manual no es algo que una máquina soldadora pueda replicar. Sus trabajos recrean piezas de la época del Medievo: espadas, cuchillos y hachas. Todo su tiempo y esfuerzo lo destina a la herrería, que es su sustento económico. De cierta forma, su taller es una embajada del pasado. “Me dedico a realizar una mezcla entre ambos mundos: lo medieval y lo actual”. Yendo mucho más atrás en el tiempo, la chef pastelera Victoria Pardo cuenta que la forma de la preparación de alimentos viene evolucionando desde épocas tan remotas como la del Antiguo Egipto. Ella se dedica a vender, entre muchas cosas más, pan, galletas, alfajores y pan de pascua. Panes navideños artesanales. Imagen cedida por Victoria Pardo. Pero por mucho que avance la tecnología, que ha dejado obsoletos a muchos oficios y profesiones, la gastronomía nunca va a perder terreno. “Es algo que yo no siento que va a desaparecer: la gente siempre va a querer tomar y comer. Ahora mismo está muy de moda preparar alcohol en casa: la hidromiel es súper popular”. Confiesa que lo que la separa de dedicarse completamente a esto es el hecho de no tener una cartera de clientes que le aseguren un flujo constante de pedidos. Otra cosa que le juega en contra son los tiempos de espera. Podría decirse que es una de las malas costumbres del siglo XXI es querer todo ahora. La instantaneidad es algo que gusta a todos. Pero Victoria, como cualquier persona, tiene límites: “Por día no puedo sacar más de ocho pancitos de pascua. Es porque me doy el tiempo y el espacio para hacer todo de la mejor manera”. Incluso comprar los ingredientes forma parte del proceso de preparación. Aunque modernizar el trabajo con máquinas en la cocina no acelera el proceso de forma sustancial. Pan de campo. Imagen cedida por Victoria Pardo. Aclara que “lo que se acorta es el tema de cuántas bandejas salen del horno al mismo tiempo, no el tiempo de preparado, que es el mismo”. El tiempo que toma lavar y preparar los ingredientes uno por uno y asegurarse de que no queden cáscaras o impurezas es considerable si se tiene en cuenta que “por lo bajo, hay 20 ingredientes en mi receta de pan de pascua, así que la diferencia de precio es abismal. En el supermercado está todo a mitad de precio”. Para Victoria la cocina es un asunto personal en varios aspectos: “He tenido que saber generar paciencia. En pastelería los errores no se notan hasta que salen del horno. Otra cosa es que puedo demostrar mi talento y mi veta artística cocinando. Preparo mis cosas con todo el cariño del mundo para ser elegida por las personas”. Catalina Aylwin, pintora y artista plástica, también vierte su amor en sus creaciones: “Durante ocho años mi arte fue exclusivamente para cuidar a mi mamá, pude pagarle todas sus cosas, todos sus medicamentos y lo que ella necesitaba”. Al preguntarle sobre esta ocupación, Catalina contesta que “ser pintor es un oficio súper antiguo. La pintura existe desde antes que la fotografía, el audio y el video. Las fotos de la antigüedad son los cuadros. Los registros que tenemos de reyes, princesas, y otras figuras importantes quedaron a través de estos retratos”. El dibujo es algo que ha acompañado a la humanidad desde sus inicios. Es cierto que la tecnología y lo digital han dejado de lado al pincel análogo, pero “nunca vas a superar el valor de un cuadro hecho a mano, un original, con el digital”. Sobresalir en el arte puede resultar mucho más complicado que en otras áreas, pero es algo viable. “Si eres bueno, y a las personas les gusta lo que haces, es algo que te permite pasar por esta vida sin problemas. Yo tengo la bendición de que a la gente le gustan mucho mis creaciones, y mientras exista alguien a quien le guste el arte, nunca se va a extinguir”, dice la artista con una sonrisa tranquila. Sinfonía de vida (2017). Acrílico sobre lienzo de @colorescata. Verano en verde (2015). Acrílico sobre lienzo de @colorescata. Chez Guillaume (2002). Acrílico sobre lienzo de @colorescata. Nosotros (2015). Acrílico collage sobre lienzo de @colorescata. También te puede interesar: Juegos (no) relajantes.