Vivir huyendo

Mantenerse optimista aunque las condiciones no sean las mejores es una habilidad que pocas personas tienen, esta es la historia de una de ellas.

Ceremonia de titulación como profesora normalista (1964). Fotografía cedida por Berta Amigo,

Berta Amigo nace en Pelarco, en 1943, cuando todavía era una zona rural. Ahí vivió con sus padres y cinco hermanos. Habría sido así por el resto de su vida, de no ser porque su tía, quien había venido de visita a veranear, decidió que la pequeña de ocho años tenía que irse a vivir con ella a la capital.

Con un sistema educacional muy diferente al que rige en la actualidad, a los 18 años termina sus estudios en una escuela normal, y se titula de profesora normalista. Pasó un año entero preparándose para el bachillerato y continuar con su educación. Cuando entregaron los resultados, Berta cuenta que llegó feliz a casa, celebrando su logro: había quedado en la universidad.

La alegría no duró mucho: “En ese tiempo mi abuelo estaba con un cáncer severo, y como no había crédito fiscal en esos tiempos, tuve que empezar a trabajar. Fue un golpe duro, porque yo quería seguir estudiando”. Hizo clases en la escuela normal Santa Teresa hasta 1973.

¿Vámonos a Argentina?

A pesar de que su tía la crio y la educó, su relación con ella no era buena: “Tenía 29 años, pero todavía tenía que pedir permiso para salir, no podía pololear ni tener vida social”. Gracias a una amiga que trabajaba en el diario La Nación se pudo enterar de que “se venía una muy fea”. Su posición le daba acceso a información confidencial, y por lo mismo ya sabía que venía un golpe de estado.

Para ella era algo difícil de creer que podía venir algo todavía peor. “Había tanta escasez en la época de Allende… Casi no había stock de mercadería. En cuanto a alimentación, era todo mercado negro, y se hacía solo lo justo”. Berta cuenta que su amiga “se llevaba mal con su papá, y yo me llevaba mal con mi tía. Ella sabía esto, entonces me dijo: ‘¿Y si nos vamos a la Argentina? Yo tengo unas amigas allá. Les voy a escribir, a ver si nos reciben en su casa a lo que comience todo esto’”.

Esta oferta la tomó por sorpresa: era todo demasiado repentino, lo que la hizo dudar. “Otra oportunidad no vamos a tener de escaparnos”, insistió su amiga. “Ella, de su papá, y yo, de mi tía”, aclara Berta. No le quedó de otra que ceder. “Teníamos pasajes para irnos el 20 de septiembre, pero el golpe vino el 11… Así que nos fuimos el 20 de octubre. Estuvimos encerradas con mi tía no sé por cuánto tiempo. No podíamos salir, todo era matanza. Recuerdo que pasamos dos semanas sin pan, porque estaba todo cerrado”.

A pesar de esto, no desistieron del viaje, y apenas se presentó la oportunidad, escaparon. “Fue un viaje aterrador, porque en donde podían, donde había carabineros o policías, ahí nos paraban, nos revisaban y miraban si teníamos problemas políticos, como íbamos escapando. Felizmente, no estábamos en la lista”, dice con alivio.

Por favor

Llegaron a Mendoza, a la comuna de Godoy Cruz, donde Berta comenzó su nueva vida. Pero los problemas no se hicieron esperar: ya no podía ejercer como profesora, tenía que reevaluar su título. Es más, no podía trabajar en absoluto, su visa de turista no se lo permitía. Necesitaba un documento para presentarlo en migraciones. La búsqueda no fue fácil: nadie quería firmar el documento. “Viendo anuncios en el diario llegué a la oficina del que fue mi marido después. Él tampoco me quería dar un certificado de trabajo”, esto último lo dice entre risas.

El puesto que le habían negado era de secretaria: Osvaldo Larraín necesitaba a alguien que se encargara de administrar su oficina de contabilidad. Pero Berta no se iba a quedar con un no como respuesta: “¿Cómo usted no es capaz de darle una mano a una compatriota. Ya, no me contrate, pero deme un certificado para presentarlo en migraciones y poder trabajar”. Ante esto, la respuesta de Larraín era un escueto “lo voy a pensar”.

“Yo iba todos los sábados a preguntar si me iba a dar el certificado, porque sólo ese día tenía la oficina abierta”, dice con una sonrisa estampada en el rostro, “hasta que al final, por cansancio, me lo dio”. Luego de darle las gracias a su compatriota, arremete de nuevo, y le deja su tarjeta, “por si acaso se arrepiente y me llame para trabajar”. Pasaba el tiempo, y seguía viendo el anuncio del señor Larraín, hasta que un día recibió una llamada llena de resignación: “Me dijo que ya, que no había conseguido a nadie”.

Libros e impuestos

“Lo que más me gustó de su oficina es que tenía una biblioteca de pared a pared, de toda clase de libros. De política, novelas, hasta revistas había, porque él trabajaba en publicidad”, recuerda, sonriendo con nostalgia. Fue un comienzo tosco, ya que sólo se podía comunicar con su jefe a punta de notas. “No me va a ver, porque yo salgo a las 6 de la mañana con mi equipo a hacer publicidad, y no vuelvo hasta la noche”, fue lo que le dijo su jefe antes de dejarle unas cuantas instrucciones de contabilidad y marcharse.

Pero no le tomó mucho tiempo habituarse, en la oficina había pocos quehaceres, las liquidaciones de impuestos ocurrían cada seis meses: eran periodos cortos de trabajo intenso. “Yo hacía toda la gestión financiera de los clientes que tenía Osvaldo”. En la “temporada baja” Berta disfrutaba de su tiempo libre: “Leí mucho, y hasta ordené las estanterías por orden alfabético”.

Acciones hacen amores

Cuando llegaron las tensiones de guerra entre Chile y Argentina “se cayó la publicidad, y empezó la persecución con los extranjeros, especialmente con los chilenos. No nos dejaban trabajar. El romance empezó cuando Osvaldo se tuvo que quedar en la oficina, ahí recién se interesó en conocerme”. Lamentablemente, Berta no estaba interesada. Entretanto, el abogado de su jefe le contó sobre un aprieto en el que se encontraba.

En resumidas cuentas, una expareja de Larraín quería adueñarse de sus bienes, y la única forma de rescatar las cosas que le querían quitar era casándose con él. “Así que celebramos en matrimonio por el civil. Pero él vivía en su casa, y yo vivía en la mía”, cuenta de manera jocosa. Recordando las palabras del padre que los casó, Berta contestó a la confesión de amor de su esposo: “‘Acciones hacen amores’, si usted hace mérito a lo mejor yo lo puedo querer, me puedo enamorar algún día”.

De vuelta a Chile
Berta, Osvaldo y sus tres niños en Ancud. Fotografía cedida por Berta Amigo.

Pasó un año y algo más, y para ese entonces ya había nacido su primera hija, Paola. Era el año 1979, y el ambiente de guerra seguía empeorando su calidad de vida. “Volví a Chile porque me hacían ir cada 15 días a timbrar un papel para que yo no estuviera de forma ilegal y me mandaran a la frontera. Le hacían la vida imposible a los chilenos”.

Berta reclama al jefe de migraciones: “Tengo una hija argentina, mi marido tiene radicación definitiva. ¿Por qué me hace venir a las 5 de la mañana para que me atienda a las 12 del día? Es sólo timbrar un papel”. La respuesta la llena de terror, y es lo que la hace regresar a su patria: “Bueno, no tienes que venir más. Pero si la nena nació acá, se queda acá, y vos te tenés que ir”.

Lo primero que hizo al llegar a casa fue avisar a su marido que se iba con su niña de vuelta a Chile. “No me iban a quitar a mi hija. Tomé el primer avión que salió en enero. Dejé todo tirado allá. Llegué con las maletas y la Paola en brazos, nada más”. Osvaldo regresó un mes después y vendió todo lo que tenían. También perdieron un departamento y un auto que no habían terminado de pagar. Tuvieron que empezar desde cero.

La vida nómade de Berta no se acaba ahí, porque luego de llegar a Santiago, su esposo y ella se mudaron al sur. Aquí nacieron Javier y Pamela. “Nos quedamos en Chiloé hasta que a Javier se le ocurrió venir a estudiar a Puerto Varas”, me dice, sentada en el sillón de su casa, en San Pedro de la Paz. Siguiendo a sus hijos, terminaron instalados en el Gran Concepción desde 1998.

Allí pudo acompañar a su esposo en sus últimos días, a pesar de sufrir una severa displasia en su cadera. “Si Dios me dio una misión para estar en este mundo, fue cuidar a mi marido hasta el final. Yo creo que por eso quedé tan bien con la operación”, comenta refiriéndose a su recuperación milagrosa. Sin embargo, no está sola, pues tiene nietos y un gato que cuidar.

Nietos de Berta Amigo. Fotografía cedida por Berta Amigo.
Lilo, su mascota actual.

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Antonia Ferrada
Estudiante de periodismo periodístico en la Universidad de Concepción. Quinto año (con asignaturas de cuarto).
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