«Don Quijote de la Mancha» y el día en que cambió el mundo de la literatura CulturaPor Sofía Meier Améstica - 17 octubre, 2024 Amado por unos y odiado por otros. Lo que sí es seguro es que todos lo conocen. El hidalgo que salió en busca de aventuras y atormentó a cientos de estudiantes de enseñanza media. Ocurrió un día de colegio, cuando llegó el profesor de lenguaje a la sala. Era el mismísimo Luciano Burgos, actual rector del Liceo Alemán. Luego de dejar el libro de clases sobre la mesa y pasar la lista, lanzó sin titubear lo que aparentaba ser un soliloquio: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…”. Y así, confirmamos el rumor. Podía recitar el primer capítulo del Quijote de memoria. Debo confesar que no disfruté aquella lectura para la prueba. No fue hasta mediados de la universidad en que pude reencontrarme con Alonso Quijano, un hijo de alguien y eternamente enamorado de su querida Dulcinea. Un dato curioso acerca del libro, es que fue escrito en su mayoría en la cárcel. Esto mientras Cervantes cumplía una condena «por posibles errores en su trabajo como recolector de impuestos en Sevilla». (Fuente: Editorial ExLibric)Ilustración: Gustave Doré. Hoy quiero contarte otra historia del Quijote, una que quizá te haga más sentido que una redacción tan sofisticada como la de Cervantes. Quijano era un ciudadano como cualquier otro, de aquellos que, a mi juicio, la gente no suele escuchar mucho. Un hombre creativo y con una percepción de la realidad bastante alterada. Él era igual que usted y yo. Un hombre simple y sin bienes, amante de los libros que reflejaban su mayor sueño: ser un caballero. Don Quijote salió de casa en busca de aventuras, juzgado por muchos y entendido por pocos. Conoció a su escudero (y para qué negarlo, gran amigo), Sancho Panza, a quien contagió con su simpatía. Confundió molinos con gigantes, a ovejas con ejércitos, fue traicionado y humillado. El autor se reencuentra con su protagonista en la secuela del libro, lo que, para mí, significa que él también se contagió con los sueños del humilde Alonso Quijano, defendiéndolo de aquellos que intentaron imitarlo. ¿No es esta historia muy similar a la nuestra? Vivimos a diario con nuestras propias batallas y nos enamoramos fugazmente. Conocemos a personas vitales en nuestro camino, para bien y para mal. Y por, sobre todo, sabemos pedir perdón cuando entramos en razón, incluso si eso significa perecer pensando en lo que podría haber sido, si hubiésemos hecho las cosas de manera distinta. Lee también: Experiencia laboral: el desafío de los recién titulados.