Su preparación es tan simple que no requiere ser experto en la cocina; incluso, los materiales generalmente se encuentran en el mismo hogar. Simplemente se necesita seguir los pasos básicos, tales como cortar la papa en tiras largas, secarlas y freírlas para que se conviertan en unas magníficas papas fritas.

Si debo elegir algún acompañamiento de comida que me haga extremadamente feliz, siempre escogeré las papas fritas. Definitivamente hay algo en ellas que cada vez que las consumo disfruto hasta la última, esa que por lo general es la más crujiente. Este alimento me recuerda a mi hogar, cuando por ley familiar todos los viernes era el día del «almuerzo feliz», que consistía en alguna proteína y papas fritas de agregado.

Mientras que si hablamos de sus ingredientes, estas solo llevan papas, aceite y sal a gusto que juntas crean esa preparación máxima. Un antojo de esos salados irresistibles que no se puede tener autocontrol una vez que empiezas a comerlas, pues su crocancia y sabor indescriptible generan una adicción hasta el punto de chuparse los dedos a causa de la fritura que dejan.

Ese color amarillo tan característico que tienen por fuera hace que al momento de probarlas, solo provoquen alegría en mi estómago. No obstante, hay que reconocer que estas ocasionan sequedad dentro de la boca, pero mejoran cuando previamente se untan con los aderezos favoritos o las salsas como la de yogur con ciboulette. Aquello es el resultado de una creación tan apetitosa que solo se encuentra en las papas fritas.

Aparte de que son inmensamente deliciosas, hay algo que las vuelve aún más especiales y es que las papas fritas se encuentran en todo lugar. Demuestran ser un alimento que no solo se consume en un territorio, sino que me atrevería a decir que en gran parte del mundo. Por ende, son como tus mejores amigos, siempre estarán ahí, acompañándote para hacerte la vida más bonita.

Papas fritas, buena compañía y música de fondo; el plan ideal para disfrutar un viernes por la noche.