Rodrigo Álvarez: “Mi meta es componer música nueva, como una ensalada de paradigmas”

Se puede vivir de la música, también cumplir un sueño al dejar de lado aquello que no nos motiva del todo. La historia de Rodrigo Álvarez Vidal detalla que con el paso del tiempo siempre habrá oportunidades para explorar el potencial propio. 

Él es docente de la Universidad de Concepción, enseña historia de la música en esta institución, algo que le apasiona evidenciado en cada clase que imparte. También es compositor y arreglista, ha trabajado con Francisco Molina del grupo Los Tres. Pero aquello que más llama la atención es que estudió Ingeniería Civil, profesión que no ejerció tras graduarse, más bien prefirió seguir lo que llenaba de calidez a su corazón, el arte del sonido, las melodías y el ritmo. 

Vida temprana en la música

En la infancia, el primer encuentro con algo que nos llama la atención puede significar un lazo profundo. Tal es el caso de Rodrigo, quien desde que comienza a tener conciencia de sus actos, relata su cercanía con la radio que su madre mantenía funcionando gran parte del día en la cocina, teniendo principal fijación en los sonidos que salían por sus parlantes.

Luego todo pasa a ser curiosidad, a querer entender cómo era construida la música y qué había en la mente de quienes la componían. Infinitas cadenas de sonidos a las que necesitaba encontrarles una explicación. 

Sus primeras influencias, obviamente sus padres. folclore, Nueva Ola Chilena, Dúo Dinámico, José Luis Perales. Ningún estilo definido, pero un oído común para alguien que creció en los años 80 y 90.

Una de las asignaturas que imparte Rodrigo Álvarez es Música del Siglo XX, en donde explora a nivel histórico y pictórico el trayecto de este arte hasta percibir cómo es en la actualidad. Foto: autoría propia.

Los primeros casetes

Appetite for Destruction, el primer casete de Rodrigo de la banda Guns and Roses. Un recuerdo atesorado que fue solo el comienzo de su historia con la música. Por otro lado, Rush, la banda canadiense de rock, es uno de los descubrimientos que destaca estando en el liceo. 

Ya entrado en adolescencia y junto a sus compañeros, una de las actividades cotidianas era escuchar música rock en su totalidad. Intercambiaban casetes y cuando alguien compraba uno nuevo, era un hito juntarse a escucharlo. Muchas veces, para poder solventar el gusto, caminaban al liceo y el dinero del transporte lo ahorraban para ello. 

Su primer instrumento fue una guitarra. Aprendió de ella gracias a un amigo y vecino, Heraldo San Martín, quien le enseñó acordes y melodías. Además, junto a sus compañeros, quienes solían cantar canciones de Ricardo Montaner y estilos similares.

Primeros pasos en el bajo

Unos amigos le invitaron a tocar en una banda cuando ya sabía algunas canciones en guitarra. Se hacían llamar Fausto y pertenecían al liceo. Como ya conocía la guitarra, comenzó con el bajo: “El menos talentoso en las cuerdas se iba al bajo”, excusó. 

Cada domingo arrendaban una sala y ensayaban, lo que significó que durante la semana se interiorizara cada vez más en el instrumento y las canciones que tocaban. 

Ahí aprendió que el bajo era mucho más difícil de lo que le habían dicho. Una vez en confianza, comenzó a sacar temas de Iron Maiden. “Era chistoso en esa época porque intentaba sacar música de Rush y no me salía, no por las notas, sino por lo rítmico”, explicó, ya que se trataba de música progresiva de alta complejidad que aún no comprendía.

Vida Universitaria

En 1997 entró a la universidad a estudiar Ingeniería Civil. Durante esta época también comenzó su formación musical en un conservatorio en Concepción para mejorar su técnica en el bajo. La premisa era que, como incentivo, sus padres le iban a pagar estas clases, pero en caso de bajar su rendimiento académico, perdería la oportunidad de desarrollarse en su pasatiempo. Mientras que ya era asiduo a practicar y tocar con bandas de la escena penquista.

Este 2014 Álvarez cumplió 13 años como docente del Departamento de Música de la Universidad de Concepción. Foto de autoría propia.

Álvarez estuvo cerca de un año y medio en el conservatorio. En aquella instancia aprendió una disciplina llamada transcripción, la cual trata de plasmar en partituras de manera precisa la digitación que realiza un músico con su instrumento en una determinada canción ya grabada. Él solamente escuchaba la melodía del bajo y mediante su audición escribía cada nota. Respecto a este hecho, señala una divertida anécdota. “Quemé dos radios echando para atrás y adelante cassettes, ambas no funcionaron más”, indicó. Conversó de esta historia con un amigo músico norteamericano, el cual le dijo que era lo normal y que si lograba destruir tres era considerado como un profesional. “Estuve cerca”, comentó el entrevistado entre carcajadas. 

Continuando con su aprendizaje en esta institución, se destaca que, con aquel ejercicio y al copiar aquellas pistas, aprendió a mantenerse atento y concentrado para poder imitar cada canción. Este hecho produjo que pudiera sacar sus propias conclusiones sobre la técnica musical de sus artistas favoritos. Era una forma de volver a vivir el momento en que aquel intérprete de jazz tocaba su instrumento en el estudio de grabación. Él podía percibir este instante e incluso fijarse en los errores que estaban presentes en la melodía que escuchaba. 

Una verdadera pasión

Además, el docente explica que era selectivo al momento de buscar una canción para transcribir. Él menciona las siguientes características. Primero, que se pudiera escuchar el bajo, ya que no en todas las mezclas se puede oír. En segunda instancia, que su velocidad fuera lo suficientemente adecuada para poder interpretarla, es decir, que no fuera demasiado rápida. De manera frecuente trabajaba el género del jazz con este ejercicio y nombra a quienes habitualmente imitaba con esta práctica. “Copié mucho a Charlie Haden, Ron Carter, Lee Konitz y a Steve Swallow, un contrabajista”, explicó. 

Comenzó a desencantarse con la carrera de Ingeniería Civil, aquello en los últimos años como alumno. “No era algo en lo que me gustaría trabajar”, señala. Tuvo problemas con sus padres por esto, ya que querían que ejerciera su profesión. Pero finalmente se dieron cuenta de que la música era su vocación y su sueño. Pero también reconoce el aporte que le brindó el ser estudiante de aquella disciplina. “Me ayudó mucho el tema del rigor, porque cuando estás en la universidad tienes dos opciones: estudiar bien o más o menos. Con la última opción te arriesgas a reprobar ramos. Todo depende de tus metas”, recalcó. 

Desde la perspectiva artística, en aquellos últimos años estudiando también se encontraba cultivando en paralelo su relación con la música mientras rendía certámenes. Ya cuando se tituló en 2003, empezó a abrirse camino para hacer su vida como intérprete y compositor. Luego de más de siete años tocando y de haber transformado su conocimiento en oficio, en 2011 encontró una oportunidad en la docencia en la Universidad de Concepción. Los requisitos para el puesto eran peculiares, se necesitaba de un profesor con experiencia y bagaje en esta área, pero que contará con un pregrado, esto al tratarse del tipo de institución de educación superior que lo solicitaba. 

Su discografía está compuesta por cuatro álbumes. Creciente (2010), Concepción (2015), Tonos comunes (2020) y A pesar de todo (2021). Foto de autoría propia.

Todo un camino por delante

Respecto a lo anterior, el docente mencionó que de haber sido el caso de un instituto no se necesitaba dicho título, pero para esta instancia, al ser una universidad, se requería de certificación. “Las reglas para acceder como académico son que, por lo menos, tengas un pregrado en aquella época. Algo extraño, porque yo entré por mi mención en ingeniería”, destacó el compositor. Tiempo después inició un magíster en pedagogía y un postítulo en composición. En este 2024, también finalizó un postgrado en filosofía. Álvarez nunca ha dejado de aprender y ha forjado su camino en base al querer saber más para complementar este conocimiento con su estilo de vida curioso. 

Su labor actual como docente se define como la lucha del conocimiento contra los dogmas impuestos por prejuicios en esta área. Desde su formación como músico, profesor, ingeniero y filósofo, intenta inculcar una cultura que muestra de manera amplia lo que se logró en el pasado con este arte para poder generar bases para la creación de nuevos movimientos. Se puede resumir que su doctrina es la de impulsar la creatividad y no quedarse en lo arcaico. “Mi meta es componer música nueva, que sea como una ensalada de los paradigmas que enseño en mis clases”, afirmó. Por último, menciona que su visión sobre esta disciplina es siempre a futuro, que debe buscar y explorar aquellas últimas ideas que están surgiendo entre estas obras.

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