«El mono»: esta sangre ya la he visto antes…

El 2025 es un año movido para las adaptaciones cinematográficas del escritor estadounidense Stephen King. Cuatro producciones están en camino y «El mono», de Osgood Perkins, es la primera de ellas.

Este baño de sangre se divide en tres actos. El primero nos muestra la infancia de los gemelos Hal y Bill y cómo su encuentro con el mono, un maléfico juguete heredado de su padre, libera el caos cada vez que le dan cuerda y comienza a golpear los tambores.

Los gemelos, luego de que el primate matara a su niñera, a su tío y a su madre, deciden ocultar el juguete del resto de la humanidad y lo lanzan a un pozo detrás de su casa. Este primer acto avanza de manera veloz y entretenida, con varias dosis de humor negro. Funciona bien para plantear el tono de la historia y captar la atención del espectador. Además, presenta una propuesta novedosa en comparación con otras adaptaciones de King, generalmente más oscuras y serias.

En el segundo acto se desarrolla el arco familiar de Hal. Este atraviesa un divorcio y sostiene una complicada relación con su hijo adolescente, del cual prefiere mantener distancia para protegerlo del juguete y sus efectos. En este punto, Bill se reinserta en la trama con un papel clave hacia el final.

Si bien esta segunda parte pierde ritmo, las muertes de personajes terciarios logran mantener al espectador enganchado gracias a la creatividad de estas.

El mono se basa en el relato del mismo nombre incluido en la antología Skeleton crew del autor Stephen King.

Naturalmente, se espera que en el clímax se potencie el ritmo y la construcción de personajes en una película; sin embargo, es aquí donde más decae la película, debido a que recurre a clichés muy utilizados del cine de terror mainstream y convierte a Bill en un villano plano y olvidable.

A mi parecer, debido al segundo acto y desenlace del filme, la película pierde coherencia y cae en lo convencional. Se convierte en un producto con buena promoción y premisa, pero que explota todo su potencial en los primeros cuarenta minutos para luego remitirse a repetir fórmulas gastadas en el género.

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