En la actualidad, la era digital y la viralidad se basan en monetizar situaciones impactantes, más que comunicar lo importante. Si bien, cada segundo cuenta y uno decide qué mirar o qué ignorar, las redes sociales han llegado a dar un giro en 360 grados, donde en muchos casos se dedica a desinformar.

Existen situaciones a nivel mundial que requieren de atención, contexto y reflexión. Actualmente se muestran titulares escandalosos, videos virales de situaciones que muchas veces ridiculizan y publicaciones diseñadas para obtener likes, evidenciando cómo nos preocupamos más de lo gracioso y poco relevante que de los hechos que nos afectan a diario como individuos.

La tecnología y las plataformas digitales buscan a diario generar contenido para obtener una cantidad de interacción mayor entre los cibernautas. Es por esto que ocurren situaciones como peleas callejeras, canciones, celebraciones, entre otras, que se hacen virales y consiguen millones de vistas, más que investigaciones de cambios climáticos, política, corrupción o salud. 

Más que la intención de las personas de buscar ver este tipo de publicaciones, el principal responsable es el algoritmo que tienen las redes sociales. Esta hace que muchas veces sigan apareciendo el mismo tipo de contenido, coronando en oportunidades la emoción sobre la información.

Este fenómeno de la viralidad crece a diario, pero la comprensión desaparece. Se pueden observar cómo temas de relevancia quedan por debajo de los trending topics vacíos y sin datos claves. Con esto se favorece el consumo compulsivo de contenido sin contexto, fortaleciendo la polarización y debilitando el pensamiento crítico.

Si no logramos parar e inclinar la balanza hacia lo importante, lo único que se visualizará será lo impactante, desinformándonos en un mundo sobreinformado. Esto es trabajo de todos: requiere tiempo, voluntad y un poco de rebeldía al no tomar en cuenta al algoritmo. No somos dueños de lo que nos aparece, pero sí de lo que consumimos y premiamos.

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