La paulatina incorporación de la mujer al mundo laboral ha significado una ruptura en las pautas sociales, que hasta hace un par de años,  se venían dando.  Este cambio ha hecho aún más visible la desigualdad a la que las mujeres deben enfrentarse diariamente para lograr su autonomía en las distintas áreas de la vida.

Una de ellas, corresponde al ámbito económico. En esta materia, desde la institucionalidad se ha intentado dar solución al problema, sin embargo las cifras de encuestas y estudios realizados a la población chilena demuestran que ´queda un largo camino por delante. A su vez, retratan la deficiencia de los mecanismos gubernamentales y estatales, dado que la discriminación no solo se evidencia en lo económico, sino que también en los contextos sociales, políticos, culturales, entre otros.

A principios de la década de los 90’ la participación laboral femenina alcanzaba aproximadamente el 30 %. En casi 30 años, esta cifra aumentó a un 48,3%, considerándose para esta medición a las mujeres en edad de trabajar y que estén económicamente activas.  Estos datos fueron entregados por la Fundación SOL en 2015, a través del estudio Mujeres Trabajando.

En la sociedad chilena se encuentran arraigados los roles de género. Mientras que de los hombres se espera que actúen como proveedores de la familia, con posibilidades de desarrollarse plenamente en diversos aspectos de la vida, a las mujeres se les asigna la responsabilidad de cuidar de los hijos y del hogar, sin ser reconocidas como actividades laborales.

Con este panorama en mente, cabe preguntarse cómo es el actual entorno de trabajo para la mujer y cuáles son las condicionantes para lograr la independencia económica.