El mundo en 35mm: resistencia análoga

De forma contraria al acelerado ritmo de la vida moderna, el proceso analógico resiste el paso del tiempo. Lo efímero se transcribe desde la retina al papel fotosensible de modo tal que el registro de la realidad deja de habitar la fragilidad del recuerdo para volverse táctil. Generaciones tras generaciones han preservado la fotografía análoga en el escenario local construyendo un archivo visual de memorias.

Por: Génesis Salazar y Valentina Rodríguez.

La obtención de imágenes ha mutado a través del tiempo, desde el desarrollo del primer procedimiento fotográfico analógico a manos de Niépce en 1824 hasta la actualidad, donde miles de imágenes circulan en aparatos móviles de última tecnología a un solo clic. Ante la obsolescencia veloz de la era digital, la fotografía análoga figura como una práctica que resiste atemporalmente.  

Se habla de resistencia análoga al negar el perecimiento de dicha práctica fotográfica, pues pese a la existencia de nuevos dispositivos, modernos e instantáneos, se mantiene con vida el desarrollo de un proceso analógico, caracterizado por su lentitud y complejidad. El concepto es definido por Paula Tesche, Doctora en Ciencias Humanas quien declaró, «resistencia es proyectar el pasado al futuro», comprendiendo la fotografía como un registro que urde memorias personales y colectivas.

Resistencia atemporal 

El registro analógico ha jugado un rol sociopolítico crucial y a su vez, ha permitido explorar inquietudes personales mediante la expresión visual de las y los apasionados por el papel fotosensible. Desde sus inicios rudimentarios hasta pleno siglo XXI, ¿qué mantiene vigente la práctica análoga? 

La posibilidad de significar el mundo a través de imágenes es lo que ha convocado personas de todas las latitudes quienes mantienen activo el quehacer analógico en su pasión por el lenguaje visual. “La fotografía análoga en particular, por su materialidad, es una manera de persistir en el tiempo”, señaló la comunicadora audiovisual, Jana Etcheverry, quien destacó el redescubrir los procesos químicos, en conjunto al comportamiento de la luz como elementos fascinantes al trabajar en un formato analógico y estenopeico.

Las infinitas posibilidades estéticas que ofrece el 35mm logra cautivar a quienes experimentan el proceso en una cámara analógica. La calidad que entrega la película se sobrepone a las limitadas 24 o 36 exposiciones que ofrece un rollo fotográfico. Para Jana Etcheverry la posibilidad de: “Conservar memorias íntimas e históricas de lo humano y lo inhumano” torna la experiencia fotográfica de esta antigua práctica en una especie de alquimia.

Registro análogo con técnica de doble exposición capturado por Jana Etcheverry, el cual formó parte de la muestra “Bifurcaciones” en Balmaceda Arte Joven el año 2019.

La subjetividad autoral se plasma en los registros visuales construyendo un lenguaje singular, propio de la historicidad de quien conjuga diafragma y obturador en una toma. Múltiples voces territoriales han desarrollado un cuerpo fotográfico análogo, socializando el conocimiento y los saberes del pasado. 

En Concepción, se ha explicitado una corriente activa de jóvenes que rescatan el arte de escribir con luz, quienes de forma autodidacta han articulado una comunidad sólida y atemporal, en la que el revelado, los químicos y las técnicas plásticas se niegan a morir. Es la artesanía reflexiva de observar y percibir el mundo a través de la fotografía, lo que mantiene activa la memoria visual del territorio íntimo y colectivo. 

Escenario local

Al hablar del mundo de la fotografía local, las voces se alzan llenas de necesidades no resueltas, pues el gran Concepción pese a ser conocido a nivel nacional como una ciudad universitaria donde la creatividad y los sueños estudiantiles convergen, mantiene una deuda pendiente con la fotografía. Pues, si bien el talento y motivación están, la formación académica local carece de centros profesionales que entreguen conocimientos abocados a esta área. 

Camila Jara es una de las voces locales de la fotografía, cuyo talento se ha potenciado gracias a su esencia autodidacta. Cuando esta joven fotógrafa tenía 13 años, incursionó en el uso de cámaras digitales, las cuales confiesa “estaban malas y entregaban resultados saturados”. A pesar de lo anterior con el tiempo su interés se acrecentó al igual que sus inquietudes, para en eso del 2007, tomar un taller de fotografía análoga, donde aprendió a revelar y ampliar fotografías en blanco y negro, “el film y los procesos químicos me volaron la cabeza”, afirmó.  Ya en 2010, cuando Camila cursaba cuarto medio la decisión de a qué dedicaría su futuro era una respuesta que tenía muy clara, pero el camino local era poco prometedor y sin posibilidades concretas de estudio en la fotografía. “Yo no pude estudiar fotografía por qué no había dónde estudiarla, aprendí por otros medios y tomando cursos en otras partes”, expresó Camila.

Fotografía editorial del archivo de Camila Jara capturado en Concepción.

A diferencia de su tocaya, Camila Rosende es una fotógrafa local que decidió emigrar a Valparaíso para tener el conocimiento profesional deseado, llegando a Cámara Lúcida, lugar donde aprendió de lleno el proceso histórico de la fotografía, aquella que desde los 14 años con los ojos tras una cámara zenit la hizo soñar. 

Ambos talentos coinciden con esta constante en las necesidades locales que experimentan quienes han sido capturados por la atracción de la fotografía. Igualmente afirman que la lista de pendientes es larga en esta materia, pues en su trayectoria han debido ingeniar soluciones para estas insuficiencias locales. “Hablando de la fotografía como un espectro más amplio, en mi caso, pienso que es un área muy abandonada con respecto a insumos, estudios y campo laboral. Todo lo que he adquirido, en cuanto a insumos, lo he tenido que comprar fuera de la región o fuera del país”, compartió Camila Jara. Por su parte, Camila Rosende enfatiza en la resiliencia profesional de quienes dedican su vida a escribir con luz, “resistencia en el hecho de mantener esta práctica a flote aún con todo lo que nos rodea, tecnologías y avances”, aseveró. 

Autogestión y cooperación fotográfica 

 Pese a las vicisitudes que afronta la fotografía en el escenario local, existen aquellos que han abierto espacios de creación y colaboración, donde el ejercicio del quehacer analógico se desarrolla mediante el compartir de saberes. Así pues, la socialización del conocimiento es activa en diversas instancias de aprendizaje gestionadas por colectivos interesados en abrir camino a futuras generaciones o brindar mayor fluidez a una práctica que hoy no es posible abordar de forma profesional.  

En Concepción se ha construido una comunidad activa que otorga visibilidad al trabajo autoral del territorio penquista mediante convocatorias abiertas a las personas. Cabe destacar que dichas agrupaciones se han transformado en agentes claves en el proceso educativo de las y los interesados en el área, brindando las herramientas de formación que han sido negadas en la institucionalidad, mediante talleres, charlas, laboratorios -prácticos y teóricos- que reafirman el intrínseco vínculo entre resistencia y fotografía análoga.  

Rastro Biobío emerge en 2018 desde la inquietud de tres jóvenes penquistas interesados en avivar una palpitante necesidad creativa en la escena local. Carlos Erices, Belén Droguett y la antes nombrada Camila Rosende, son quienes apuntan a abrir círculos de aprendizaje y difusión desde la autogestión frente a la carencia de espacios expositivos, todo ello en pos de crear una escuela que brinde un proceso educativo intensivo. 

Este encuentro analógico ha mutado a lo largo de sus tres versiones, iniciando con un foco territorial, posteriormente evolucionó a lo conceptual, y en su última edición, apeló a la singularidad del contexto digital, pues la experiencia del confinamiento fue el tópico que marcó la tercera versión de Rastro, desarrollando una exposición virtual junto a las y los autores, en añadido de talleres, charlas y conversatorios que fueron transmitidos por zoom durante los días dedicados a estas jornadas. 

III Encuentro de Fotografía Analógica convocado por Rastro Biobío el año 2020 a través de zoom mediante una exposición digital de la muestra seleccionada. Fuente: Rastro Biobío

La búsqueda de experiencias “táctiles” hacen de la práctica análoga un espacio de encuentro con lo real e imperecedero. Un ejercicio de alquimia que evoca memorias, que permite un lenguaje reflexivo activado mediante la socialización del conocimiento y los saberes compartidos de la comunidad de escritores de la luz, pues son estos agentes locales quienes cultivan un terreno fértil para la expresión creativa en 35mm, resistiendo a la cultura de lo desechable desde lo analógico. 

Proyección de la fotografía análoga

El futuro es incierto, aunque desde la experiencia es más factible vaticinar un eventual panorama para el ámbito fotográfico, por lo mismo, al abordar este aspecto. Nelson Sanhueza dueño de Suranálogo, laboratorio de revelado y tienda de insumos fotográficos, afirma que, en comparación a la fotografía análoga, la digital tiene intrascendencia, característica otorgada por la masividad en las capturas de estas, cuyo proceso creativo es más vertiginoso e irreflexivo. Asimismo, Nelson aseguró lo siguiente: “La fotografía análoga, si bien está a contrapelo de la tecnología, es una forma de hacer que las imágenes adquieran más valor para las personas. Como decía el fotógrafo Luis Poirot, «las personas necesitan la fotografía, la fotografía es un certificado de presencia, si no hay foto viene el olvido, y el olvido es finalmente la verdadera muerte». Esa frase resume el futuro de la fotografía análoga, la necesidad de preservar la memoria. Lo digital, es más barato, incluso, más rápido, de mayor nitidez, pero no asegura la permanencia”.

Alguera en Caleta Cocholgüe, Tomé 2016, Pentax K1000, Fujifilm C200. Revelado y digitalización cortesía de Suranálogo, Tienda-taller ubicada en Manuel Rodríguez 481 Chiguayante, Chile.

Por ende, al hablar del futuro de dicha práctica, se torna esencial destacar la resistencia del registro, pues éste es vital en la conservación de la memoria colectiva, dejando una reliquia que revela en negativo o papel las miradas y consideraciones de un proceso personal donde la creatividad se desborda, pero a la vez se contiene en una fina selección de la historia, que gracias a sus procesos químicos prometen la perdurabilidad por 100 o 200 años.

En definitiva, hoy son los agentes locales quienes construyen un nicho fotográfico donde la práctica analógica es un proceso activo. Asimismo, las carencias de insumos y herramientas formativas son trabajadas con resiliencia e ingenio por aquellos curiosos que ven en la fotografía un proceso de alquimia y transformación, donde el interés creativo junto a la riqueza técnica de la materialidad que ofrece la película, lleva a pensar la fotografía análoga como un proceso reflexivo que pese a ser relegado en importancia dentro del fomento cultural y artístico en Concepción, reniega de perecer. 

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