Kathryn Bigelow: los aciertos de la única mejor directora de los Oscar

Los Oscar nuevamente están haciendo historia. Tras 92 años de existencia, la Academia este 2021 por primera vez tiene a dos mujeres nominadas a mejor dirección, una oportunidad perfecta para romper con la poca justificada única vez que una directora se ha quedado con el premio. ¿Quién fue la merecedora entre las siete cineastas que hasta hoy han sido consideradas en la categoría?

La triunfadora de aquella noche del 7 de marzo de 2010 se trató de Kathryn Bigelow. “El día ha llegado” mencionó Barbra Streisand al leer las palabras que contenía el sobre que iba a marcar para siempre una industria que, aún hoy, tiene una deuda de género demasiado grande. Sin embargo, dicha jornada también puso la guinda de la torta a la carrera de una mujer que tardó casi 30 años en ser reconocida por el Hollywood más convencional. 

This is a man’s, a man’s world

Con 10 largometrajes a su haber, desde sus inicios artísticos Bigelow desafió todo lo que Estados Unidos, la sociedad y la industria del cine en general impuso por décadas. En plenos 80s, donde reinaban directores como Steven Spielberg o James Cameron y cintas palomiteras como Robocop o Rambo, dejó el arte visual para ponerse detrás de una cámara. Y las primeras pruebas no iban a tardar en llegar, porque lo cierto es que no tenía nada que perder. 

Así, luego de un cortometraje que ya adelantaba su manera de concebir la violencia en el cine, el debut vendría con The Loveless (1981). Sin embargo, la cinta con la que llamó la atención de todos fue Near Dark (1987), un exótico híbrido de horror, ciencia-ficción y neo-western que no es más que el resultado de sus deseos de contar historias poco tradicionales y jugar con los géneros. Una inclinación por “personajes puestos en situaciones extremas, obsesivas y sobre todo desconocidas”, como confesaba en una retro-entrevista de aquel año. 

Entre el éxito comercial y el fracaso definitivo 

Desde ese punto nunca se detuvo y se podría decir que incluso aceleró. Y es que con Blue Steel (1990), Point Break (1991) y Strange Days (1995) empezó a emerger la crítica, la política y la filosofía. “Ellos no son hombres de acción, sino hombres de pensamiento que eligen la acción como forma de expresar sus creencias”, mencionaba un medio de Chicago sobre el filme protagonizado por Keanu Reeves y Patrick Swayze. 

En retrospectiva, puede parecer una decisión evidente en aquel Estados Unidos de una nueva década. Pero fue más allá, a través de un llamado natural. Su rol como cineasta podÍA estar tras bambalinas, pero eso no quería decir que no podía declarar a través de la pantalla. No obstante, también es cierto que el éxito comercial no parecía acompañarla del todo. Un asunto que pareció agudizarse con sus siguientes filmes, Undertow (1996), The Weight of Water (2000) y K-19: The Widowmaker (2006). Un periodo donde abandonó sus funciones como guionista y (hasta ahora) sin vuelta atrás. 

El cruce perfecto entre los hechos y la ficción

Con 50 años de edad, a simple vista la carrera de la estadounidense parecía haberse estancado y llegado a un momento clave. Pero las historias nacen tanto de la imaginación como de la vida real, y Bigelow bien lo sabía, ya que, como cualquier otro ciudadano, era testigo de un conflicto bélico de su país con el medio oriente. 

Así como la propia directora estaba en conocimiento de lo que estaba pasando, también fue el caso de Mark Boal. Bastante más, en realidad, considerando que en su labor de periodista estuvo dos semanas junto a un escuadrón de bombas estadounidense en Irak. Experiencias que iban a encender la creatividad, que terminaría compartiendo con Bigelow, a quien ya conocía de antes. 

Luego de algunas conversaciones discretas, la idea en sí se convertiría finalmente en The Hurt Locker (2009). Cine de inmersión y periodismo de investigación son quizás los dos mayores conceptos para definir esta nueva etapa de la directora. Aunque ambos se quedan cortos, ya que su riesgo físico y político le traería más de una controversia a Bigelow. 

Pese a que convenció a su equipo de ir a filmar cerca de Jordania, era difícil que pudieran escapar de las dificultades. Partiendo por el reparto, que tuvo que enfrentar el calor y la precariedad. “Perdí 15 libras (casi 7 kilos) en tres días”, confesó Jeremy Renner a The Times por ese entonces. Sin embargo, la historia dice que todo valió la pena. 

No hay primera sin segunda ni tercera

Pero por este rodaje no hubiese sido suficiente, la colaboración Bigelow-Boal pareció encontrar una especie de vocación. Y es que entre las profesiones de ambos sin dudas hay similitudes, como una clase de “deber” con la historia que se está tratando, mencionó Kathryn para El País en 2013, posterior al estreno de Zero Dark Thirty (2012), que de características similares a su predecesora, retrató esta vez la captura y posterior asesinato de Osama Bin Laden. 

La tercera aventura creativa de la dupla, se trató de Detroit (2017), que llevó a la pantalla los sucesos de racismo que ocurrieron en aquella ciudad en 1967. Una historia, que aunque no fue reconocida en los principales premios, evidenció el compromiso de su directora con la actualidad, que le trajo conflictos incluso con las dos principales caras políticas de Estados Unidos. 

Los últimos cuatro años dicen que Kathryn Bigelow se encuentra una vez más en una pausa. Con el flujo de información del presente no es difícil saber en qué se encuentran las personalidades del cine. Sin embargo, el silencio y la privacidad que respira el nombre de esta directora en este momento, no deja de ser intrigante. De todos modos, parece haber un acuerdo sobre que, a sus 69 años, no tiene nada que demostrar. El legado ha sido dejado.

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