Invisibles a la vista de todos: la vida de personas chilenas en situación de calle

La dificultad de abordar la situación de calle se presenta en el método de intervención, pues se trata de una población con altos niveles de complejidad y necesidades singulares, que desafían el diseño de políticas y programas sociales estandarizados.

Habitar la calle no es una decisión meditada, sino un proceso gradual determinado por variados sucesos que tienen origen en la vida de una persona. Su situación económica, su vulnerabilidad social, los conflictos familiares y los problemas de adicciones que pueda sufrir son parte de las causas que llevan a esta situación.

Para un humano el abandono y la ausencia de una red de contención que la auxilie afecta directamente en su calidad de vida, debido al nulo acceso a satisfacer sus necesidades básicas. Según el informe “En Chile Todos Contamos” realizado por el Ministerio de Desarrollo Social y Familia (MDSF), una persona en situación de calle se entiende como aquella que se encuentra en un contexto de exclusión social y extrema indigencia, puesto que carece de un hogar y sufre la ruptura de vínculos significativos, como su familia y amigos. 

De modo que, son sujetos vulnerados en sus derechos, entre ellos vivienda, salud, educación, trabajo o justicia, debiendo resolver sus necesidades en espacios públicos como plazas, calles residenciales, hospitales, alojamientos públicos, hospederías o albergues. En Chile según el último catastro realizado en abril de 2020 por el MDSF, son 15 mil 500 las personas afectadas. La gran mayoría se ubica en la región Metropolitana, tienen menos de 50 años y sufren enfermedades crónicas y mentales. 

No cuentan con una higiene adecuada, no tienen la posibilidad de cambiarse de ropa, ni tienen un lugar donde asearse, tampoco pueden acceder a un tratamiento adecuado en el caso de padecer algún tipo de patología, ni disponen de una infraestructura que pueda caracterizarse como vivienda.          Para el psicólogo Rodrigo Lagos, lo anterior es grave, puesto que “si uno lo ve desde la perspectiva humanista, la teoría de Maslow plantea en la base de la pirámide el bienestar que parte por las necesidades biológicas como dormir y alimentarse, luego en otro nivel está la seguridad que depende de un techo y una red de apoyo. Lo desgastante de vivir en la calle no es solo emocional, también pasa por lo físico, ya que la alimentación y la higiene es limitada”, menciona.

Toda una vida en la calle

Si bien se entiende que es una situación temporal, ya que los y las indigentes no permanecen en lugares fijos y muchas veces recurren a albergue, hay personas que viven esta realidad por décadas. Acorde a los datos entregados por el MDSF se estima que un hombre vive en la calle, en promedio, 8 años, mientras que una mujer puede llegar a habitar y pernoctar en lugares públicos por 6 años.

Estas personas sufren la vulneración y la pobreza más cruda, marcados por la exclusión y marginación de una vida en la calle. En ese sentido, la socióloga Gabriela Varela indica que “estamos en una sociedad profundamente clasista, meritocrática y desigual producto del sistema neoliberal. Entonces las personas en situación de calle, se entienden como individuos que, además de no estar adaptados a los cánones aceptados de buen ciudadano, toman una connotación despectiva. La tendencia es a asociarlos a sujetos flojos o enfermos, entonces se toman posturas asistencialistas o condescendientes, lo que provoca que estas personas no terminan de ser validadas como ciudadanos comunes y corrientes, por el hecho de no tener un trabajo regular o una vivienda fija”.

Según Gabriela “vivir en la calle se da por la necesidad, como un último recurso. Vivir en la calle no es una postura de voluntad” sino que “es el resultado de un montón de fallos, vinculados a la familia, el colegio y todas esas distintas instituciones sociales, queda solamente la calle. La calle parecería el espacio que pertenece a todos, pero marcado por la precariedad”, determina. 

Esa ha sido la realidad de Nicole Mella desde temprana edad. Al respecto relata que “vivo hace años en la calle. Nací en la calle. Mi mamá me botó a un tarro de basura con la esperanza de que algún día yo muriera. Hasta que, a los nueve meses, un carabinero me recogió y me llevó al Sename”.

Lo anterior, denota una vida cruzada por el abandono, el maltrato en la infancia y condiciones de pobreza que derivan en un alto grado de vulnerabilidad social que tiende a perpetuarse con el paso del tiempo, ya que, como las cifras entregadas por el MDSF indican, una de cada cuatro personas que habita la calle (24,9 %) pasó por centros del Servicio Nacional de Menores (Sename) en su infancia.

Fue en esa institución donde Nicole conoció a su pareja Brayan Poblete, con quien vive en la Plaza de Armas de Chillán desde hace 4 meses. Referente a eso, Brayan menciona que “vivo en la calle desde los nueve años por problemas de drogas. Con mi señora nos conocimos en el Sename, tenemos dos hijos y ahora está embarazada de nuevo. Hemos estado quedándonos en el paseo Arauco, en Coihueco en una casa que estaba abandonada y ahora aquí en la plaza”.

Como Brayan, son muchos los individuos que terminan en la calle por el impacto de las adicciones. Para Nicole, por su experiencia y por quienes ha conocido haciendo su vida en la vía pública “la mayoría de las personas que están en la calle suelen tener problemas con drogas y sufren el abandono de sus familias, o ellos propiamente tal deciden dejar a sus familias de lado por el hecho de que las drogas los hacen sentir mejor”, menciona. 

No es el caso de Nicole y Brayan, quienes han mantenido los lazos con su familia. Sobre ello, Brayan menciona que “aún hablo con mi papá. Corté el contacto con el resto de mis familiares”. Por su parte, Nicole indica que “yo siempre he mantenido la relación con mi familia, independiente de si me quieren ver muerta. A mí no me interesa lo que ellos piensen, no me importa que no me quieran, me importa quererlos yo”.

De modo que sus redes familiares la han ayudado en el cuidado de los niños pues “mis hijos están con mi abuelo, ya que en este momento no tenemos donde vivir. Ellos no conocen lo que es la calle y espero nunca la tengan que conocer. Sobre todo, mi hijo que es muy inteligente, mejor que se quede con su beca y sea alguien. Mi hija va por las mismas que su hermano mayor, se llevan por un año”, explica.

Al preguntarles sobre el futuro, Brayan manifiesta que les gustaría quedarse en Chillán, ya que “nos gustaría irnos a una casa, pero ha sido difícil encontrar arriendo aquí. Veníamos con esa mentalidad, pero por la pandemia no hemos encontrado nada, así que estamos aquí por mientras”. Aun así, menciona que “no encuentro difícil la calle. Vendo parche curitas y cuando llega la plata del bono compro cosas para vender como cigarros. A eso me dedico”. 

Para Nicole “la única verdadera clave para salir de la calle son los estudios. Yo tengo mi carrera de técnico en párvulos y quiero ejercer para poder arrendar algo para los dos, pero resulta que cuando ven mis papeles médicos me dicen que no puedo porque tengo una patología de esquizofrenia”, expresa.

Al respecto, según un estudio realizado por la Fundación Salud Calle, la esquizofrenia en personas en situación de calle es cuatro veces más que el promedio general. Situación que respalda el doctor José Luis Contreras, médico voluntario del Hogar de Cristo, quien afirma que el 50 % de estos individuos sufre alguna patología psiquiátrica. 

Las personas en situación de calle son diferenciadas en tres grupos: En asistencia, en autosuficiencia y en emergencia. Foto: El Mostrador.

La exclusión como parte de la cotidianidad 

No es solo la crudeza de la calle lo que deben enfrentar, sino que también la exclusión social como producto de un constructo que tiende a marginar y relegar a individuos concretos a los márgenes si es que estos no cumplen con lo dictado por la cultura dominante de la sociedad en la que viven. 

En cuanto a eso, la socióloga Gabriela Varela afirma que “las personas en situación de calle, definitivamente viven en una tendencia a ser marginadas. El asistencialismo y verlos como objeto de caridad o solidaridad, establece relaciones asimétricas. Es cuestión de ver las reacciones de los transeúntes cuando uno de ellos les pide plata”.

Esta última ha sido una situación que Nicole más de una vez ha debido afrontar. En concreto menciona que “no nos sentimos juzgados, aunque dicen que a la gente de calle nos marginan y eso es verdad. Hay gente que desde que apareció el virus tiene miedo de acercarse a uno, la otra vez una señora me dio 200 pesos, pero con asco”.

Sobre esta marginación y exclusión, “en términos estructurales, va creando límites que no se pueden atravesar, ya que para conseguir un trabajo muchas veces se necesita domicilio. Entonces se vuelve un círculo vicioso de situaciones que denigran a la persona. Así se construye y se reproduce la marginación”, declara Varela.

Añadiendo que “si pensamos desde el paradigma neoliberal desde lo que es el camino correcto o normal a seguir por parte de un buen ciudadano, vivir en la calle podría ser una desviación social. Eso se entiende como aquello que está fuera del marco de valores aceptados por la sociedad. La desviación es contextual y depende del tipo de sociedad en el que se desenvuelve la persona”.

La falta de vivienda se articula como una problemática cuyo origen tiene su base en la estructura social, política y económica del país. Sobre ello, el trabajador social Juan Cea, manifiesta que la clave es la reinserción. Sin embargo “en Chile cuando se habla de reinserción se asocia con personas que han delinquido, tendiendo históricamente a poner a la gente en situación de calle en el mismo nivel de marginación”, expone.

Dicha posición de marginación o rechazo por parte de la sociedad genera efectos negativos en estos individuos, tales como “la mala percepción de sí mismos a nivel psicológico, construido con base en cómo los trata la gente. La inseguridad que a su vez trae distintos trastornos psicóticos y de personalidad” menciona el psicólogo Rodrigo Lagos.

Además, agrega que “a nivel social son discriminados, mirados en menos, como una molestia para algunos grupos. Se les esconde cuando hay eventos, como pasó en la Copa América 2015, donde básicamente se expulsaba a las personas en situación de calle de lugares que ocupan habitualmente, como las plazas y los sectores aledaños al estadio. Entonces podemos ver un proceso de estigmatización y discriminación muy fuerte”.

La vivienda, una labor del Estado

Debe existir un compromiso político y social efectivo para erradicar la marginalidad y mejorar la vida de las personas en situación de calle. Así lo manifestó la Fundación Gente de la Calle al referirse, sobre todo, a los menores de edad, mayores de 60 años y personas con alguna patología mental, quienes son sujetos amparados por un conjunto de normas que aseguran su protección e indican la responsabilidad institucional que el Estado tiene con ellos. 

         En ese sentido, para el trabajador social Juan Cea “lo ideal es cambiar el enfoque de las políticas sociales hacia uno que de verdad garantice los derechos básicos. No se puede pretender no hacer gasto público y mirar las políticas sociales como si se estuviera administrando una empresa. Chile no es un Estado solidario, es subsidiario y elabora políticas sociales con lógicas de mercado para permitir el acceso a la vivienda”, menciona.

         La dificultad para abordar esta situación y darle una real solución es que hasta el momento las políticas públicas y programas sociales no consideran las singularidades de este grupo social, sino que, por el contrario, se pretende intervenir con procesos sumamente estandarizados, que no logran dimensionar la multicausalidad asociada al fenómeno de la calle.

Para Juan “existen políticas sociales que otorgan hospedaje, apoyo psicosocial y laboral, pero son de desconocimiento para la mayoría de las personas. Lo ideal es brindar acompañamiento para un proceso de reinserción, pero aun así, la reinserción se orienta hacía el trabajo para que a través de este se logre adquirir una vivienda. Chile no garantiza el acceso a una casa, ni asegura derechos sociales”, explica.

De igual forma Rodrigo, desde un enfoque psicológico, menciona que “los mecanismos de reinserción tienen que ir desde la seguridad, contar con un vínculo seguro, un terapeuta que le haga ver que no está solo, un trato de igualdad. Ofrecer estabilidad, espacios seguros de escucha activa, de no discriminación, donde no se juzgue sus circunstancias. Reconocer al otro como una persona, un ser humano con dignidad”.

Tal como Nicole y Brayan, muchos expresan su deseo de abandonar la calle y mejorar su situación. El trabajo realizado por distintas instituciones demuestra que es posible, especialmente cuando existen recursos económicos y planes orientados a su reinserción social además de la recuperación de sus derechos básicos.