Personas cuidadoras: una realidad invisible y en ascenso en Chile

Es un hecho que la población chilena está envejeciendo y este fenómeno trae consigo varias consecuencias negativas. Personas comunes y corrientes se ven obligadas a abandonar su vida para atender la de otros. Estos son los testimonios de quienes lo viven en carne propia.

En Chile, el envejecimiento de la población y la dependencia ha aumentado exponencialmente. Según un estudio del Ministerio de Desarrollo Social, el 17 % de los habitantes tiene discapacidad y en un 11 % de los casos, es severa. También indica que las personas cuidadoras, generalmente mujeres (69,9 %), viven sobrecargadas de tareas, lo que puede causar deterioro en la salud.

Julia Soazo tiene 82 años y debido al paso del tiempo se ha encorvado, la vida la ha hecho caminar más despacio. A pesar de haber pasado por muchas cosas, sigue siendo una mujer cálida. Se hizo responsable de su difunto esposo, sus tres hijos, siete nietos y sus padres. Gentilmente, dedicó toda su existencia a su familia.

Julia Soazo en el living de su casa junto a una fotografía de sus padres.
Foto de Antonia Ortiz.

Tuvo que hacerse cargo de dos personas enfermas: “Cuidé durante tres años a mi papá y lo hice porque le dio cáncer a la próstata y estaba postrado. Cuando ya no podía estar solo, me fui a vivir con ellos, dejé mi casa abandonada”. Comentó que tenía que mudarlo, lavarlo y hacerle curaciones. También relató que “fue doloroso, no sé de dónde saqué fuerzas. No estaba acostumbrada a nada de eso, tuve que hacer de tripas corazón”.

Después tuvo que cuidar a su madre, que tenía demencia senil. Afirmó que “cuando murió, yo tenía 76 años y ella 100. La última década de su vida se fue haciendo más dependiente de mí”.

Emocionada, comentó que cuidó a sus padres porque los quería mucho y era su forma de agradecerles: “Me lo dieron todo. Además, asumí la responsabilidad, ya que nadie más iba a hacerlo. Era la única mujer y tú sabes que esta sociedad es machista, por eso le digo a mi hija que me lleve a un asilo, sé que le va a tocar a ella”.

“Cuando murieron sentí muchas cosas. Toda la vida mis padres me protegieron y me hizo falta esa protección, hasta la fecha lo siento”, relató Julia con los ojos llorosos.

La vida se pasa volando

Luis Hormazábal tiene 77 años y hace cinco que cuida a su esposa, que está postrada debido a que padece demencia con cuerpos de Lewy. Viven solos en una casa que alguna vez alojó a siete personas. Hoy están acompañados por dos perros, tres gatas y los recuerdos de lo que fueron sus vidas antes de la enfermedad de María.

María y Luis celebrando uno de los últimos cumpleaños de ella antes de que se enfermara.
Fotografía de Antonia Ortiz.

Parece ser un hombre frío, esa impresión me dio apenas lo vi, pero no fue así, ya que con cada pregunta que le hice sobre su esposa, él se emocionaba. Hicimos la entrevista en el comedor de la casa, me dijo que la teníamos que hacer ahí porque debía vigilarla.

Luis fue cartero toda su vida, recorrió las calles de Concepción en bicicleta. Gracias a su esfuerzo y al de su esposa, sus cuatro hijos pudieron estudiar y ser profesionales. Relató que lo más difícil es verla enferma, sobre todo cuando se descompensa.

Manifestó que no considera un trabajo cuidar a su esposa: “Nos conocemos hace 60 años, esto es lo que me corresponde, es devolverle la mano por lo que hizo por nuestra familia. Además, no tengo nada más que hacer, solamente estar a su lado y atenderla. No es lo mismo que se le pague a una persona, a que lo haga yo por amor”.

Luis recordó las cosas que hacía antes, cuando su señora estaba sana. Percibí que en su relato había algo de arrepentimiento: “Yo era una persona que salía mucho, me gustaba conversar con los vecinos y ahora no puedo porque tengo que cuidarla. Esperaba que después de jubilarme pasáramos tiempo juntos, salir y viajar, pero no pudimos”, expresó.

Los cuidados también incluyen a los niños y las niñas

Karin Castillo en la casa de la señora a la que cuida.
Fotografía de Antonia Ortiz.

Karin Castillo tiene 50 años y es madre de dos niños. Es una mujer apurada y pendiente del tiempo, para ella cada segunda cuenta. Debe cuidar a su hijo Franco que es autista: “Tuve que dejar de trabajar de manera remunerada para dedicarme a él, llevo más de una década haciéndolo”.

Con voz apenada y apurada comentó que su vida cambió mucho desde que cuida a su hijo, que ella pasó a segundo plano, pero que lo hace por amor.

Sobre su entorno, necesidades y cómo logra llevar el sustento a su casa, afirmó que tuvo que salir a trabajar y cuidar a otra persona que vive cerca de su ella. “Si yo no cuidara a mi hijo, no sé qué pasaría porque no dispongo de redes de apoyo. Es lo que me tocó, no me estoy quejando, pero igual me canso, como cualquiera que tiene un trabajo remunerado. No solo debo que asistirlo por su trastorno, tengo que alimentarlo y para eso necesito dinero”, manifestó Karin.

Por último, conmocionada, reflexionó lo que significó para ella cumplir esta labor: “Dejé de ser mujer, profesional, amiga, hija, tía y hermana. Abandoné todo eso porque mi enfoque principal es Franco”.

Julia, Luis y Karin asumieron un rol que solo ellos podían cumplir, ya que en sus entornos no había nadie que quisiera o pudiera. Los testimonios coinciden en varias reflexiones, los tres dicen que los mueve el amor y que hacerse cargo de sus familiares ha sido lo más difícil de sus vidas, pero que lo harían de nuevo. Concuerdan en que lo realmente duro no son los cuidados, sino verlos sufrir. Otras cosas en común son el sentimiento de soledad y las emociones a flor de piel.

Te podría interesar: El sueño de la casa propia: desafíos a los que se enfrentan los adultos jóvenes.

Antonia Ortiz
Estudiante de cuarto año de Periodismo en la Universidad de Concepción.
Top