La historia de Marissa Yáñez y su compromiso con la educación

Esta inspiradora mujer nos relató parte de su vida, los desafíos y buenos resultados que ha conseguido gracias a su esfuerzo y al apoyo de su familia. Conoce su historia, en la que logró construir el colegio de sus sueños y hoy enseña a 470 estudiantes la importancia del respeto y la integración.

Marissa Yáñez Fernández tiene 58 años y hace casi tres décadas es profesora de educación diferencial con mención en trastornos de la visión y deficiencia mental. Además, es la directora y fundadora del Colegio A-Lafken de Penco, el cual formó durante el 2007 junto a su esposo.

Se ve jovial, tiene el pelo canoso y brillante, es una persona simpática y risueña. Nos recibió en su oficina cálida y llena de cuadros, algunos de Star Wars y otros de Salvador Allende. El colegio era pequeño pero muy acogedor.

Su historia comenzó en Perquenco, donde su padre ejerció por primera vez como ferroviario. Debido al trabajo de este, la vida de Marissa fue muy itinerante, pues vivió en San Rosendo, Yumbel, Hualpén y finalmente en Penco asentó sus raíces, ya que formó una familia. Tuvo que vivir en diferentes casas, estudiar en varios colegios y dejar atrás a algunos amigos, para hoy ser una mujer exitosa, que está rodeada de sus seres queridos y que puede hacer lo que más le gusta: educar y generar comunidad.

De Perquenco se trasladaron a San Rosendo, ahí gozó de una infancia feliz junto a sus tres hermanas. Los recuerdos más presentes que tiene de ese lugar son los juegos y las salidas con sus amigos por el barrio: “Pasábamos mucho tiempo en la calle. Éramos un grupo de 12 chiquillos de la misma edad, formamos un clan. Tenía un triciclo con acoplado, con el cual nos tirábamos cuesta abajo y en las noches cazábamos mariposas nocturnas”.

Cuando Marissa tenía 10 años se mudó a Yumbel, ya que su padre se convirtió en el encargado de la estación. Durante la dictadura militar hubo miradas y un trato diferente hacia su familia, pues su puesto era considerado como una de las autoridades de la comuna: “Pasamos a ser las hijas del jefe y en un pueblo chico tiene un contexto distinto”.

Del campo a la ciudad

Marissa junto a su familia, su padre, su madre y dos hermanas: Indra que es abogada y Sandra, química farmacéutica. Fotografía: cedida por Marissa.

En 1979 la familia se mudó nuevamente, esta vez a Hualpén. Se asentaron junto a un grupo de familias ferroviarias. Lograron crear una comunidad unida, pues compartían un mismo origen, ya que todos venían de San Rosendo.

Su padre deseaba que sus hijas tuvieran más oportunidades y que pensaran en un futuro profesional. “Él siempre dijo que teníamos que irnos a la ciudad. Desde un principio tuvo expectativas para nosotras, soñaba con que continuáramos estudiando. No quería que solo nos casáramos y tuviéramos hijos”, comentó Marissa.

En la ciudad enfrentó nuevas dificultades, pues no estaba acostumbrada a esa vida: “Jamás había viajado en autobús y nunca tuve clases de inglés o algo tan simple como escuchar al grupo ABBA, que era furor en ese momento”.

Después de que terminó el liceo, Marissa no sabía muy bien qué estudiar. Estuvo seis años buscando su camino y finalmente lo encontró cuando su prima Chini llegó a su vida: “Nació con un síndrome, ella me motivó a formarme en la educación diferencial”.

El legado de sus padres y los ferrocarriles

Sin duda, su figura paterna marcó e influenció significativamente en su vida, ya que la motivó a estudiar y le entregó valores fundamentales. “A mi papá siempre le dio miedo asumir nuevos desafíos. Sin embargo, creo que fue muy sabio, porque nos inculcó todo lo contrario, a desafiarnos y superarnos”, declaró con orgullo y emoción.

En cuanto a su lado detallista y afectuoso, comenta que se lo debe a su madre: “Ella siempre ha sido muy perfeccionista y exigente en todo lo que hace. Creo que fue una de las cosas que heredé. Igualmente, me inculcó el cariño y el querer ayudar a los demás”.

Los ferrocarriles son parte de su historia, marcaron su infancia y también forjaron su personalidad, ya que, al mudarse tantas veces de casa y comuna, no siente arraigo por ningún lugar: “Me adapto a cualquier sitio. No como mi esposo que nació y creció en Penco y él ama su ciudad”.

Convicciones e intereses

La directora en la entrada del establecimiento, el cual cuenta con jardín hasta cuarto medio. Fotografía: cedida por Marissa.

La educación y la comunidad son aspectos relevantes y trascendentales para la directora. Cree en un sistema basado en el respeto y en la inclusión, donde todos los niños se sientan importantes. Originalmente, construyó el colegio porque estaba preocupada por el aprendizaje de su hija mayor, que en ese entonces tenía ocho años. Ningún establecimiento cumplió con sus expectativas y por eso decidió crear uno ella misma.

“Trabajé en varios colegios municipales, por ende, conocía el ambiente. Los niños eran considerados un número. Quería un lugar para mis hijos donde fueran respetados y se sintieran valorados. También, tenía como objetivo que cualquier niño pudiera tener acceso a la misma calidad educacional que existía en el sistema privado, independientemente de la condición económica que tuviera el estudiante”, recalcó.

Marissa está convencida de que la educación debe ser equitativa, cree en una comunidad en donde todos trabajen por un mismo objetivo. Recordó con entusiasmo los primeros años del colegio y manifestó que “al principio sí se cumplió lo que había imaginado, ya que el establecimiento era más pequeño. Sin embargo, debido al avance de la sociedad y al crecimiento de la escuela, se ha ido perdiendo esa visión, porque cuesta que las familias entiendan que debemos colaborar”. 

La comunidad ha sido uno de los aspectos más importantes en su vida, desde que jugaba con sus amigos en San Rosendo, hasta la construcción de su colegio y la formación de su familia. Se ha transformado en uno de los ejes principales de su identidad: “Te brinda la posibilidad de alcanzar un desarrollo personal, basado en el apoyo de todos, con el fin de tener un objetivo en común”.

Para conseguir tus metas, debes hacer algunos sacrificios

El trabajo y dedicación que invirtió para concretar el sueño que tenía junto a su esposo, trajo consigo una serie de desafíos. Uno de ellos fue en el ámbito económico, ya que construyeron y diseñaron un colegio desde cero, pero que con mucho esfuerzo lo lograron levantar. “Nosotros no teníamos nada, partimos hipotecando nuestra casa. Los primeros años, nos costó pagar los sueldos, lo hacíamos de a poco, prácticamente cada semana”, recordó.

Marissa junto a su esposo Eduardo Romero. Llevan 28 años casados y tienen 3 hijos. Fotografía: cedida por Marissa.

El dinero no fue el único problema, lo que más se lamenta es que perdió parte de la infancia de sus hijos: «Una de las cosas que no recuerdo es cómo Amanda aprendió a leer. En el caso de Manuel, me pasó algo parecido, solo tengo memoria de verlo en la mesa haciendo tareas. Esos fueron los sacrificios que me tocó pagar».

Al mirar al pasado, se siente arrepentida por algunas cosas que no pudo realizar. Después de todo, la administración y la mantención de este tipo de proyectos no es algo sencillo. Un poco cabizbaja y con una voz tenue, manifestó que “si hubiera sido más organizada, podría haber conjugado mejor el trabajo y la familia. Incluso, me habría gustado seguir estudiando, pero tampoco pude hacerlo”.

La vida de Marissa ha estado marcada por una serie de eventos y personas que la hicieron ser quien es hoy. Valora la comunidad, la solidaridad, el respeto y la integración. Al alero de estos valores, educa a sus hijos y a los 470 estudiantes que hay en su colegio. Es una mujer comprometida con su trabajo y que desea contribuir a la sociedad.

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