Examen de grado de Derecho: entre el colapso y la soledad

En una de las escuelas de leyes más prestigiosas de Chile, la Universidad de Concepción mantiene un formato de evaluación que pone en aprietos a muchos estudiantes, quienes a costa de su salud mental, deben dejar de lado sus vidas normales para transformarse en «gradistas».

Vicente tenía 24 años cuando rindió su examen de grado. Evidentemente estaba nervioso, pero nada fuera de lo normal. No todos los días uno se enfrenta a cinco profesores evaluando los conocimientos adquiridos en 10 semestres de carrera. El público que entró a su evaluación fue de alrededor de 50 personas. La mayoría eran amigos y lo miraban con confianza. Quienes lo conocían sabían que nunca se había echado un ramo y que era prácticamente imposible que reprobara.

Sus padres, ambos profesores, decidieron no entrar. Ajenos al mundo del derecho y críticos de este formato de evaluación, no sabían cómo lidiar con la inquietud que les provocaba ver a su hijo menor enfrentarse a este rito. Esperaron 45 minutos caminando en círculos fuera de la facultad.

Cuando Vicente volvió a cruzar por la puerta, salió mirando al suelo y no dijo nada. Esto, para su madre, ya era un indicio de algo. Ella, mejor que nadie, conoce a su hijo, quien desde pequeño ha sido “bochinchero”. “Si había silencio en la casa, era porque no estaba o estaba durmiendo”, señaló. Cuando Vicente levantó su cabeza, solo la movió de lado a lado, dando señal que algo malo había pasado. Reprobó.

El ambiente se volvió extraño; muy pocos, por no decir ninguno de los presentes, esperaba este desenlace. “Estaba en shock. Nunca me han atropellado, pero lo describiría como algo así. Como si estuviera cruzando la calle con luz verde y de repente un camión a exceso de velocidad pasara sobre mí. No sabría describir cuál era la emoción que estaba sintiendo, lo único que quería era salir de la facultad”, afirmó el gradista.

“Estaba en shock. Nunca me han atropellado, pero lo describiría como algo así. Como si estuviera cruzándola calle con luz verde y de repente un camión a exceso de velocidad pasara sobre mí. No sabría describir cuál era la emoción que estaba sintiendo, lo único que quería era salir de la facultad”

Un año antes, en julio de 2023, Vicente había sido galardonado como la mejor memoria de prueba de Derecho Público de su generación. “Obtener reconocimiento en una carrera que, si bien la pasé al día y con buenas notas, nunca me apasionó, fue lindo”, reconoció. Para el estudiante, este premio le ofreció algo que no había sentido en años: validación. Lo hizo pensar que los años de trasnoche y sufrimiento quizás no habían sido en vano. 

Según Vicente, tiene alrededor de 2000 páginas de apuntes en este mismo estado.

Pero lo cierto es que Vicente no la pasó bien durante la carrera. El estudio del derecho con énfasis en la memoria hacía que no encontrara emoción en sus largas jornadas de lectura. Lo que más le pesaba, sin embargo, no era el contenido, sino la forma. La rigidez de los ramos, la arbitrariedad, las evaluaciones en público disfrazado de terno. Nada le hacía mucho sentido.

Durante su primer año, estuvo a punto de salirse de la carrera para entrar a Periodismo. Para Vicente, este deseo no fue una rabieta de mechón. Hasta hoy, él lo dice sin dudar: eso es lo que siempre debió haber estudiado. “Quizás lo que me disuadió fue la presión social, la opinión de personas que decían que si estudiaba eso me iba a perder, que con mis notas podía optar a algo mejor”, explicó. La única razón por la que no abandonó la carrera fue porque estallaron las movilizaciones feministas. Hubo un paro largo y el semestre fue postergado. La angustia, aunque seguía presente, se disipó lo suficiente como para seguir adelante.

Al comienzo de su preparación para el examen de grado, Vicente tuvo un diagnóstico psiquiátrico que, lejos de sorprenderlo, solo confirmó una cuestión evidente: trastorno de déficit atencional con hiperactividad. Cuando su psiquiatra se lo dijo, no sintió nada. Lo tomó como un dato a la causa necesario para poder medicarse. Con el ritmo de estudio que exigía este proceso, sentía que no estaba rindiendo como debía. Empezó a tomar el medicamento neuroestimulante Samexid por necesidad. Como quien echa pasta muro en la grieta luego del terremoto. A la luz de los resultados, el remedio claramente no fue suficiente.

Del otro lado de la mesa: cuando el evaluado se convierte en evaluador

Rodrigo Castillo fue premio Universidad de Concepción de la carrera de Derecho de la Universidad de Concepción, misma escuela por la que pasó Vicente. Cerró sus estudios con un promedio perfecto: un siete. Hoy, es becario del Doctorado Nacional de la ANID y se mueve en el mundo académico con naturalidad. Pero antes de convertirse en investigador y profesor, también fue un estudiante enfrentado a su examen de grado.

El Premio Universidad de Concepción es un galardón otorgado a quienes lograron la mejor calificación de su generación.

Cuando llegó su turno de rendirlo, Rodrigo se preparó con una exigencia meticulosa. Diseñó un horario de estudio de diez horas diarias, que en un inicio estaban distribuidas de lunes a sábado, pero a medida que se acercaba la fecha, se transformó en una jornada de lunes a lunes. Lo cumplía con una disciplina casi obsesiva. En su caso, reconoce sin rodeos que tuvo la suerte de tener a su familia cerca. No tenía necesidades económicas urgentes ni responsabilidades adicionales que lo distrajeran de su estudio. Factor que reconoce como un privilegio.

En el año 2023, Rodrigo asumió como jefe de carrera de Derecho en la sede Puerto Montt de la Universidad Austral. Fue entonces cuando le tocó vivir el proceso desde la otra vereda. Por primera vez, dejó de ser el estudiante que debía rendir y pasó a ser quien evalúa. “Es un proceso difícil porque uno debe decidir si una persona tiene o no las competencias mínimas. Me era inevitable pensar en las consecuencias que la aprobación o reprobación tendrían respecto del estudiante”, afirmó.


Respecto a su visión sobre el examen, Castillo señala que esta ha cambiado, pero no ha dado un giro completo, sino que ha evolucionado. Como estudiante, dice, siempre fue escéptico de este rito académico, y muchas de sus aprehensiones no solo se mantienen, sino que se han reafirmado con fuerza en su rol de docente. Cree que la evaluación final debe existir, pero no en los términos actuales. Para él, es irrisorio que esta se trate de memorizar un código y no de cómo aplicarlo o integrarlo con otros conocimientos.

Un proceso solitario 

Noelia es oriunda de Calama, pero se vino a Concepción a estudiar para cumplir su sueño de ser abogada. Lleva más de siete meses preparándose para el examen, un proceso que, según cuenta, ha enfrentado prácticamente sola. En su familia no hay juristas, y aunque la acompañan con cariño, siente que nadie logra dimensionar la presión que arrastra. 

A la carga emocional, también se le suma la presión económica. Noelia, como muchos gradistas más, ha tenido que pagar por tutorías. Estas son un sistema de preparación donde ex estudiantes se encargan de acompañarte en tu proceso. Entregan materiales, orientan los estudios y, generalmente, una vez por semana, interrogan a sus estudiantes simulando el procedimiento del temido examen.

Noelia es oriunda de Calama, pero se vino a Concepción a estudiar Derecho. Lleva más de siete meses preparándose para el exámen, un proceso que, según cuenta, ha enfrentado prácticamente sola. En su familia no hay abogados , y aunque la acompañan con cariño, siente que nadie logra dimensionar la presión que arrastra. A la carga emocional, también se le suma la presión económica. Noelia, como muchos gradistas más, ha tenido que pagar por tutorías. Estas son un sistema de preparación donde ex estudiantes se encargan de acompañarte en tu proceso. Entregan materiales, orientan los estudios y, generalmente, una vez por semana, interroga a sus estudiantes simulando las interrogaciones.

Estar aunque no alcance

Reel publicado en Instagram de Bienestar Lex, donde docente brinda consejos a estudiantes sobre cómo «sobrevivir» a los exámenes orales.

Desde Bienestar Lex, unidad estudiantil dependiente de Secretaría Académica, Fernanda Arriagada ha acompañado de cerca a quienes enfrentan esta evaluación final. Junto a su equipo han impulsado gestos simbólicos; cápsulas informativas, publicaciones en redes sociales y consejos prácticos. “Queremos que los egresados sigan sintiéndose parte de la comunidad”, explica. No se trata de una reforma estructural, sino de contención mínima en un tramo donde muchos sienten que caminan solos. 

La desigualdad de condiciones es una historia conocida. Las tutorías gratuitas, promovidas por el centro de estudiantes y algunas instancias de administración, han sido un intento de acortar la brecha, pero la percepción, compartida por quienes transitan este proceso, es que la carga sigue recayendo, principalmente, en los hombros del estudiante.

En 2023, entró en vigencia la nueva malla curricular de la carrera de Derecho. Sin embargo, pese a las expectativas, el examen de grado no fue objeto de revisión ni reforma. Siguió siendo el mismo: oral, público, cargado de formalismos y con alto margen de incertidumbre.

Tal vez por eso no es extraño que muchos lo comparen con una maratón, o en el caso de Vicente, un atropello. Una carrera larga, solitaria y extenuante, donde se premia la resistencia antes que la comprensión, la memoria antes que la reflexión, el aguante antes que la innovación. Un rito anacrónico que, más que acreditar competencias, parece a veces probar cuánto se puede soportar antes de caer rendido. 

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