La educación marchita SociedadPor Camila Espinoza - 2 enero, 2019 El modelo de desarrollo chileno se sustenta en el neoliberalismo como una especie de entramado social que siempre nos lleva hacia lo económico. Contradictorio, si entendemos la educación como un derecho humano universal. Lo irónico es que hace más de veinte años los desterrados del sistema vienen dando pauta respecto a lo que está fallando. Nadie escucha, la gobernación está lejos de sus escuelas, de sus barrios, de sus trabajos y de sus necesidades. El Observatorio de Políticas Educativas de la Universidad de Chile resume las causas del problema en la Constitución de la República, ideada en 1980 en un contexto dictatorial que eliminó cualquier atisbo de oposición al régimen, la municipalización, la forma de financiamiento, las paupérrimas condiciones laborales de los docentes, la estructura mercantil del sistema y la nula participación social en la formulación de políticas. Este conjunto de hitos repercutió en generaciones educativamente maltratadas, vulneradas y transgredidas. Afortunadamente, la secuencia de descuidos no pasó desapercibida. La educación pre escolar genera espacios de socialización y potencia la comunicación. Fotografía por Luis Sergio. Actualmente la educación pública en primera infancia alcanza el 85% de cobertura. Un cifra superficialmente destacable pero con un trasfondo menos agradable: los bajos estándares de calidad de jardines infantiles y salas cunas, sobretodo en lo que respecta a la proporción de profesores y asistentes por niño. En el ámbito privado, los padres tienen la opción de elegir un método de enseñanza en particular y son ellos mismos los fiscalizadores más cercanos, dado por la relación de la transacción monetaria que supone exigencias y cumplimientos. De este modo el espectro se vuelve binario y las víctimas de la segregación se educan en desigualdad no sólo de oportunidades, también de desarrollo. Realidades disociadas Una característica muy propia de Chile y de su democracia es la distancia entre el mandatario y los mandantes. Desde ahí radica la poca comprensión de las demandas sociales y el desconocimiento de la forma de vida de la mayoría de los pobladores. Entonces, el elegido ya no es un representante de los representados. El político se transforma en un personalista de sus propios ideales. Alen Arancibia, es vocera de la Federación de Estudiantes Secundarios de Concepción y cursa cuarto año medio en el Colegio República de Brasil y está ad portas de rendir la Prueba de Selección Universitaria. Aunque todavía no existe un consenso respecto al sistema de ingreso a la educación superior, como colectivo tienen claro que “la estandarización de las habilidades y el conocimiento en condiciones desiguales es un pésimo indicador”, afirma. Con la proliferación de los medios sociales, investigaciones periodísticas y la diversificación del acceso a la información, es imposible negar que la educación es parte de un patrón mercantilizado que se llevó a cabo al término de la dictadura cívico-militar con la idea de desarticular una orgánica estable que aspiraba condiciones dignas dentro y fuera del aula. Desde entonces, cada municipalidad se hace responsable de la formación de niños y adolescentes de su comuna. Actualmente, existen trescientas cuarenta y cinco formas de hacer e impartir educación, una brecha casi infinita que propicia la desigualdad, incentiva la competencia que es retribuida de forma monetaria y además fomenta la apertura de colegios privados en desmedro del desarrollo de los de carácter público. En 1980 el financiamiento basal de los centros educativos es reemplazado por el voucher, o sea, por asistencia de los estudiantes. Una forma de empobrecimiento de la educación pública, los establecimientos y las familias, teniendo en consideración el contexto de las población más vulnerable que asiste a escuelas igualmente vulnerables. Irónico además, que los privados se rijan por la misma norma y reciban el copago. “Los profesores deben mentir a la hora de pasar lista y es en las escuelas más vulnerables donde están los alumnos que generalmente son padres o cargan con la responsabilidad de mantener un hogar o una familia, por lo que están obligados a trabajar, asisten con intermitencia a sus clases, el establecimiento recibe poco dinero y no puede subsistir, y como no subsiste tampoco motiva la participación”, explica Alen. Un círculo vicioso que dentro del paradigma imperante es imposible de remediar o solucionar, por este motivo, surgen las basureadas soluciones parches. La presión social en cuarto medio llega a su punto máximo. Familiares, profesores, amigos, exigen respuestas concretas respecto al futuro profesional de adolescentes que recién cumplieron diecisiete o dieciocho años. La madurez forzosa llega de golpe y no hay modo de evadirla, es un contexto el que pregunta, cuestiona, orienta y guía. Lamentablemente, en la mayoría de los casos “ni siquiera nos motivan a hacer lo que queremos, porque por lo general lo que anhelamos no le conviene al sistema”, afirma Alen, y es esa escasez de conveniencia económica la que repercute en el menosprecio de ciertas carreras y la sobrevaloración de las más tradicionales. “Esta sociedad adulta nos ha inculcado el miedo y la aversión, dejando en último plano nuestros intereses y la vocación que nos moviliza, es violento y genera mucho sufrimiento”, agrega. Parece obvio la imposibilidad de evaluar de la misma manera a una persona que egresa de un colegio privado versus un colegio municipal, teniendo en cuenta las condiciones de desigualdad en que se desenvuelven y descartando que la meritocracia en Chile no existe. Sin embargo, la política chilena todavía no considera la demanda histórica de los secundarios. “Lo aberrante es que anula que hay muchos estudiantes que quieren entrar a la universidad pero lamentablemente hay condiciones y situaciones que son de vida o muerte, y no pueden evadirse de eso”, dice Alen. Tiene que ver con sobrevivir en la precariedad, en solventar cuestiones tan básicas como la alimentación de cada día, el cuidado de niños o adultos mayores, el trabajo y un sinfín de problemáticas asociadas a la pésima distribución de la riqueza en desmedro del empobrecimiento de otros. Portada interior de la Universidad de Concepción. Fotografía por Natalia Aránguiz. Competencia por necesidad La competencia se convirtió en la principal forma de financiamiento de la educación pública. Los establecimientos necesitan buenos resultados académicos para recibir más dinero por parte del Estado, porque lo de contrario no perduran. La incorporación de asistentes de la educación se aplicó en Chile hace menos de una década “porque se entendió que lo importante es el desarrollo de buenas personas, más allá de una evaluación cuantitativa”, dice Ernesto Cifuentes, psicólogo de un colegio en Coronel, de esos que tienen baja matrícula y alto índice de vulnerabilidad. Es cliché y hemos escuchado cientos de veces que “los pequeños son el futuro, quienes van a construir el mañana, y es cierto, necesitamos una sociedad de paz, de alegría, de amor, compasiva”, señala Ernesto. Desde su trabajo con niños y adolescentes, ha evidenciado cómo las medidas remediales y punitivas no hacen más que agravar la falta de un proyecto país, pensado en la educación que soñamos. Una propuesta básica y que ataca el fondo del problema es promover el desarrollo personal e interpersonal de los estudiantes, el aprendizaje con sentido, con aplicar lo aprendido para la vida, en resumen “una buena distribución de las asignaturas y la vinculación de la escuela con la familia, es eso lo que debemos fomentar”, afirma Ernesto. Los estereotipos y estigmas respecto de las imposiciones sociales de lo que debe retribuir monetariamente una carrera universitaria “afecta en la percepción de mundo, el autoconcepto, que es la idea de sí mismo, la valoración y la autoestima”, señala Ernesto. Inmersos en un contexto como el de Chile, que solicita personas competentes en ciertas áreas, los jóvenes terminan estudiando aquello que no les gusta pero que cumple con las expectativas de los demás. “Contamos con niños y adolescentes que son verdaderos artistas en potencia, pero no se les brinda la oportunidad para poder desarrollar estas habilidades. Estamos promoviendo que no sean del todo felices y es importante que los adultos también seamos agentes de cambio para que ellos puedan tener un desarrollo más sano”, agrega Ernesto. Pensar la educación que queremos es una tarea compleja pero esencial, donde se pone en juego la felicidad y el anhelo de niños y jóvenes. No es tan difícil si comenzamos escuchándolos más, callándonos, dejándolos ser protagonistas de sus vidas y aprendiendo de ellos. Para esto no es se necesita plata, se requiere voluntad.