Adicción a la pornografía: un trastorno que se incuba en la adolescencia

Hace un par de décadas, la pornografía formaba parte de la contracultura y era entendida como un tabú del que no se hablaba. Hoy se encuentra en un escenario muy diferente: es una industria multimillonaria, domina la quinta parte de todas las búsquedas en aparatos celulares y tiene un acceso masivo. Sin embargo, su consumo en exceso ha traído consigo una serie de problemáticas que abordan diferentes dimensiones y comienzan a gestarse desde muy temprana edad.

El contenido sexual explícito, en todas sus variantes, está particularmente ligado a la obtención de placer y el despertar erótico de un individuo. Incluso, la ciencia ha comprobado que permite reducir el estrés, aumentar los niveles de fantasía y permitir la autoexploración. 

Todo lo anterior ha propiciado que el consumo de pornografía se multiplicara en los últimos años alrededor del mundo, y Chile no ha estado ajeno a este fenómeno. De hecho, el sitio Pornhub —en su informe anual 2021— lo posicionó en el puesto número 20 de los países que más acceden a su contenido. 

Sin embargo, pese a que estas páginas exigen ser mayor de 18 años para ver el material, existe un escaso —o muchas veces nulo— control en la verificación de edad. Esto se torna preocupante, pues los adolescentes de todo el mundo pueden ingresar a plataformas que no están recomendadas para ellos.

Y este es precisamente un fenómeno que se ha estado observando en el último tiempo. Save The Children, organización no gubernamental que trabaja por los derechos de la niñez, realizó un informe en el que sus resultados reflejaron que siete de cada diez adolescentes (68,2 %) consumen pornografía, a la que acceden por primera vez a los 12 años. Además, el estudio arrojó que la mayoría ingresa a través del celular, motivados por el intercambio con amigos en redes sociales.

El estudio también revela que el 54,1 % de los adolescentes, en su mayoría hombres, cree que la pornografía da ideas para sus propias experiencias sexuales. Créditos: Pedro Armestre/ Save the Children.

“No recuerdo exactamente como conocí la pornografía, pero escribía en Google cosas super básicas como XXX o mujeres desnudas. Siento que todo esto se relaciona con iniciarse en la masturbación”, explica Sebastián Amigo, quien actualmente tiene 24 años y admite ver contenido sexual ocasionalmente.

Es en esta etapa de autoexploración y despertar erótico cuando el consumo de pornografía se torna peligroso, pues puede convertirse en la principal fuente de educación de niños y adolescentes en esta materia. Así, desde muy temprana edad, los más jóvenes condicionan su percepción sobre la sexualidad, distorsionándola. Es en este proceso donde el acceso a Internet y el bombardeo informativo juegan un rol trascendente.

Adolescentes y la era de la información

El avance del material XXX está íntimamente ligado a la evolución de la tecnología y al cambio cultural que llegó con el acceso masivo a la información. En la década de los sesenta —con la aparición de la píldora anticonceptiva— el erotismo comenzó a vivirse en la sociedad occidental de una forma más libre, plasmándose incluso en las estrategias de mercadotecnia. Así lo señala el director de la Escuela de Publicidad de la Universidad Diego Portales y Magíster en Antropología, Cristián Leporati.

En la era de Internet y los celulares inteligentes, la publicidad se encuentra en todos lados. Y, consecuentemente, su influjo sobre la percepción y concepción del mundo es enorme. “Los spots suelen replicar una conducta que ya ocurre en la sociedad, como un espejo. Así, termina reflejando una realidad, un poco para lograr sintonía fina con determinada audiencia. Se transforma en un puente que le haga sentido a la gente sobre lo que está viendo”, señala el publicista.

De esta forma, el contenido que —producto del avance tecnológico— se encuentra en la televisión, revistas e incluso redes sociales, muchas veces termina reflejando las peores conductas de la sociedad: desde la discriminación de género,  hasta la estereotipación del cuerpo y la cosificación de la figura femenina. “No hay que olvidar que gran parte de los que hacen las campañas en Chile y el mundo son hombres. Y, por lo tanto, la publicidad normalmente está pensada sobre cómo la mujer debería verse para un varón y no cómo a ella le gustaría verse”, explica Leporati.

Tal como las estrategias de mercadotecnia buscan reflejar una realidad social, determinados fenómenos que se aprecian en la pornografía parecen seguir los mismos pasos. La iconización de la imagen femenina, la estereotipación del hombre como un ser dominante y la hipersexualización infantil, son algunos de estos ejemplos.

Esta publicidad fue acusada de hipersexualización infantil. La denuncia y presión pública en redes sociales por esta foto fue tal, que escaló hasta la Defensoría de la Niñez, quienes solicitaron al Consejo de Autorregulación y Ética Publicitaria que tomaran cartas en el asunto. Créditos: Monarch.

Sobre la incidencia del bombardeo erótico y material XXX en la concepción que terminan desarrollando los jóvenes sobre la sexualidad, la médica cirujana y adolescentóloga, Carolina Inostroza, señala que “la información que se observa en los contenidos pornográficos, muchas veces dista de lo realmente posible y saludable. Por eso, genera riesgos tales como crear estereotipos de género e instrumentalización de un otro y también de uno mismo, fomentando conductas nocivas, mayor uso de sexting, encuentros con múltiples parejas sexuales y expectativas irreales respecto al coito”.

Y asegura, además, que existen otras amenazas también. “La adolescencia es una etapa compleja de la vida, con cambios no sólo físicos, sino también, psicológicos y sociales. En ella, las capacidades cognitivas y emocionales de madurez se desarrollan progresivamente y la construcción de la identidad propia, incluida la sexualidad, son fundamentales. Por eso, resulta riesgoso normalizar el consumo de pornografía, donde el joven considera esta información como educativa, real y válida”, sentencia.

Cuando la curiosidad se sale de control

Para el consumidor habitual, la pornografía cumple una función recreativa y no representa una amenaza, pues comprende que aquello que está viendo no es un reflejo de la realidad. Sin embargo, hay quienes que —aun sabiendo esto— desarrollan el hábito de consumir este contenido de forma incontrolable, generando dependencia. Esto puede llegar a causar problemas más complejos en su entorno familiar, laboral, afectivo e incluso en la percepción que tienen de sí mismos.

Así lo señala la psicóloga y terapeuta sexual, Hanna Goldener, quien asegura que este tipo de contenido suele introducir la violencia y estereotipos absurdos. “La pornografía es, en muchos casos, inalcanzable y genera mucha comparación. En ese plano, es común que comience a bajar la autoestima, aparezcan las disfunciones sexuales y la persona se enfrente a una disociación de la realidad. Y esto porque, al ser un referente donde tú no encajas, sientes que el problema es tuyo”, critica.

Una persona desarrolla adicción a la pornografía cuando acaba teniendo una dependencia emocional a este tipo de material. Está comprobado que, cuando su consumo comienza a temprana edad y sin una educación sexual de por medio, las probabilidades de padecer este trastorno son muy altas.

 “Creo que cualquier cosa en exceso hace mal, no veo que ver pornografía sea algo negativo. Siento que existe para suplir una necesidad humana. En el fondo, es parecido a fumar: si lo haces mucho comienzas a sentir cambios en tu cuerpo y puedes terminar volviéndote adicto”, comenta Sebastián.

Para Julián Morales, experto en BDSM y miembro del sitio web chileno Psexe —orientado a la educación sexual integral— este trastorno ocurre tanto en hombres como mujeres. “Ambos empiezan a ver videos con contenido cada vez más explícito, que empiezan a apropiar como algo cotidiano. Básicamente no entienden que hay una fantasía detrás de lo que consumen, generando en ellos una expectativa que no existe y volviéndose dependientes a eso que no consiguen en otro lado”, comenta.

Según la Organización Mundial de la Salud, el 75 % de los hombres y del 25 % de las mujeres de la población mundial consumen pornografía regularmente. Créditos: Getty Images.

Así también, asegura que hay aspectos de este trastorno que, muchas veces, no son fáciles de identificar. “Una persona que ve mucha pornografía no se va a considerar adicta si es que no siente un evidente malestar o cambios en su persona. Por ejemplo, si consume este contenido todos los días y no deja de ir a buscar a los niños al colegio, de trabajar o de cumplir con sus responsabilidades y —además— no le genera un malestar físico, no va a sentir la adicción”, asegura.

Según Goldener, una de las claves para identificar la dependencia radica en la enseñanza sexual. Asegura que “no existe una forma de evitar que la industria del porno exista. Más que eludirla, es necesario que haya una educación adecuada para que no se considere este contenido como clases de sexualidad”. Además, enfatiza en la importancia de la propia honestidad. “Lo primero es analizar tus prácticas y ser sincero contigo mismo. Hay que saber reconocer cuando tenemos un problema”, sentencia.

Por su parte, Inostroza es clara en reparar la importancia de filtrar y frenar el consumo de pornografía en la adolescencia. Advierte que en esta etapa “el desarrollo cerebral está en proceso aún, y eso implica que estructuras que permiten tomar conciencia de las consecuencias de nuestros actos no están completamente desarrolladas. Así también, otras que tienen que ver con las emociones y búsqueda de recompensas y sensaciones placenteras tampoco lo están. Esto evidentemente pone a los jóvenes en mayor riesgo de generar conductas adictivas y usos problemáticos”.

Para la Sociedad Americana de Medicina de la Adicción, toda conducta que persigue patológicamente el alivio o recompensa de algún tipo es válida y relacionable a este comportamiento, si es que el individuo no puede abstenerse de ella. En Chile, al menos, la pornografía sigue siendo un tabú y la educación sexual se encuentra al debe. Por lo que, este trastorno difícilmente puede ser frenado o corregido a tiempo.

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