Educación de adultos: una alternativa que cambia realidades

De acuerdo con la encuesta CASEN del 2017, casi cinco millones de adultos no han terminado sus doce años de escolaridad. En el 2020 calcularon que un 49 % de los encuestados mayores de 19 no habían finalizado la educación media.

Nos reunimos en el Colegio A-Lafken de Penco, establecimiento que imparte educación para adultos. Me recibió el profesor Osman en el laboratorio de Química, allí esperamos a Javiera y Ángela. Era un día soleado, algo que a todos sorprendió, pues hace semanas que no cesaba la lluvia en la región.

Ángela Silva en la entrada del Colegio A-Lafken.
Fotografía de Antonia Ortiz.

Ángela Silva tiene 35 años y vive en el sector La Greda con sus hijas, su esposo y su hermano. No trabaja de manera remunerada, ya que es dueña de casa y además está terminando la enseñanza media en la educación de adultos, después de casi dos décadas.  

En octavo básico sus padres le pidieron que dejara el colegio porque necesitaban que trabajara. “Tomaron la decisión de sacarme de la escuela. Comencé reciclando papel y cartón en un vertedero en Cosmito, después trabajé con la leña, buscábamos piñas y al final terminé en Curicó como temporera. Cuando tenía 15 me separé de ellos, era mejor estar sola”, explicó.

Fue la única de sus tres hermanos que no terminó la enseñanza media: “Quiero finalizarla, es una meta personal. Deseo demostrar que puedo hacerlo y ser un ejemplo para mis hijas”.

Otra de las razones por las que se postergó fue por el nacimiento de su primera hija, que actualmente tiene 16 años: “No pude retomar mis estudios porque tenía que trabajar para mantenernos”.

Finalmente, mencionó que al terminar sus estudios le gustaría seguir en la educación superior. Ilusionada por su futuro, comentó que “me interesa la mecánica automotriz, considero que es algo práctico”.

La escuela de adultos como una salida de escape

Javiera Avendaño en la entrada del Colegio A-Lafken. Fotografía de Antonia Ortiz.

Javiera Avendaño tiene 19 años y vive en Penco. Llegó al colegio muy abrigada porque hacía frío, a pesar de que el sol se asomaba entre las nubes.

El año pasado estudió en la educación de adultos y ahora está en Derecho en la Universidad Santo Tomás. Hizo primero y segundo medio en el Liceo Penco, pero decidió terminar su enseñanza media en un dos por uno, ya que no le gustaba el ambiente: “Era muy tenso, me hicieron bullying. En cambio, en el Colegio A-Lafken fue bonito y pacífico”.

Javiera hablaba rápido y sobre muchas cosas de una manera muy simpática y amable, entre ellas mencionó que quería trabajar: “Lo quiero hacer para ayudar a mis hermanos menores”. Por otro lado, explicó que la relación con sus padres es disfuncional. “Vivo con mi papá que es una persona ausente, pero presente económicamente. Con mi mamá no tengo comunicación”. Por último, reflexionó acerca de los prejuicios sobre la educación de adultos y aseguró que “cuando entré a la universidad muchos compañeros tenían complejos de superioridad por haber estudiado de una manera tradicional”.

Las realidades en la educación de adultos

Osman Vásquez tiene 53 años, vive en Talcahuano y trabaja en el colegio A-Lafken como profesor de Ciencias Naturales e inspector de la educación de adultos.

Indicó que en la educación de adultos hay muy pocas deserciones: “El año pasado tuvimos dos casos y fueron por consumo de drogas. Generalmente, las personas terminan esta etapa, quizás porque encuentran paz y apoyo”.  

La persona más adulta de esta generación tiene 56 años, expuso que “él pertenecía a un programa de rehabilitación de drogas y recientemente lo dieron de alta. Ahora viene voluntariamente a estudiar y este año termina. Es soldador de oficio y quiere tener el título profesional”.

Por otro lado, el más joven tiene 16 años: “Se nota que le han hecho mucho bullying, porque no habla y le perturba el ruido de la sala”.

La educación es algo fundamental, es un derecho humano que debería estar garantizado para cada persona. El profesor declaró que “es imprescindible contar con este conocimiento. Es importante terminar la enseñanza media, ya que existen muy pocas posibilidades de rehabilitación social o económica si no cuentan con un piso mínimo”.

Osman Vásquez en el laboratorio de Química del Colegio A-Lafken.
Fotografía de Antonia Ortiz.

En la educación se reúnen muchas realidades, Osman recordó algunas que ha tenido que evidenciar: “No podemos cambiar sus situaciones, aunque es nuestra obligación explicarles que acá hay un mínimo de disciplina. Se sienten más en confianza cuando los escuchamos y no los retamos por fumarse un pito. Nos cuentan historias que impresionan, una estudiante me dijo que la violencia familiar en su casa es con arma blanca o no es nada. Hacen chistes de las cosas terribles que les pasan, pero así se sueltan y vienen todos los días a clases”.

Emocionado, el profesor narró que “los jóvenes no están acostumbrados a que los ayuden, a recibir apoyo, solo rechazo. Al final de algunas jornadas quedo desgastado, ya que sus relatos me impactan. Lo demás es felicidad, cuando trabajan con alegría y todos tienen el delantal puesto. Son personas que no han tenido la oportunidad de hacer una broma y aquí pueden hacerlo”.

Este tipo de programas es una segunda oportunidad para más de cinco millones de personas, que por diferentes razones abandonaron sus estudios. Es una herramienta que se necesita mejorar y profundizar, ya que el sistema educacional deja a muchos rezagados.

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Antonia Ortiz
Estudiante de cuarto año de Periodismo en la Universidad de Concepción.
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