Las pastas frescas son algo que ha adquirido gran fama, pero su popularización se detiene con el proceso que implica tenerlas listas en la mesa cotidiana. 

Amasar, reposar, estirar, cortar y coser es algo complejo si se compara con la practicidad de abrir una bolsa de fideos, pero debe tenerse en cuenta que la recompensa que otorgan valen todo el trabajo.

La gastronomía es el arte de preparar una buena comida, por eso cuando se habla de una importancia gastronómica no se debe considerar la facilidad del proceso como una única dimensión. Debe evaluarse la ponderación del proceso, el resultado y la belleza.

Si se habla de resultados las pastas frescas tienen grandes ventajas. Permiten a la salsa una adherencia mayor, una textura suave y placentera desde el primer bocado. Pero, además de lo que se relaciona al sabor, esta comida resalta por su valor cultural y si se piensa en el arte, la parte más atractiva de la pasta en la gastronomía, es la gran puerta creativa que significa su preparación.

Las pastas secas, aun habiendo una gran oferta en el mercado y aun siendo en extremo simples de preparar, limitan la creatividad, y no hay arte sin creatividad; por lo tanto, no son gastronomía.

La belleza de elegir qué pasta se preparará, el relleno correcto de un ravioli, el grosor de un spaghetti, la manera en la que se le dará la forma al ñoqui sin la peculiar herramienta, ese espacio creativo, ese momento de arte y belleza es gastronomía.

Las pastas frescas no hacen de las pastas secas una inutilidad, pero si se habla de gastronomía, estos productos artesanales, son justificadamente superiores y de una relevancia abismalmente mayor.